martes, noviembre 11, 2025
Reseña

El Frankenstein visceral de Guillermo Del Toro: la criatura despierta

La nueva versión del clásico literario transforma el mito en una experiencia sensorial y emocional, donde la criatura, el entorno, los diálogos, la atmósfera el vestuario y las joyas se vuelven un lenguaje vivo que reinterpreta el moderno Prometeo de Mary Shelley desde una belleza gótica profundamente humana.

Frankenstein o el moderno Prometeo; así se titula la novela que Mary Shelley escribió a los 18 años, en 1818, y que sigue generando preguntas incómodas dos siglos después, y Guillermo del Toro lo entiende con una claridad casi dolorosa. Su Frankenstein no es una ilustración del clásico: es una lectura emocional, espiritual y estética que vuelve a colocar al mito en su eje original, ese lugar donde la creación no es garantía de amor, sino el primer acto de abandono.

Lo primero que recupera Del Toro es la dimensión filosófica que Shelley sembró con la influencia de El paraíso perdido. La criatura como un nuevo Adán que interroga al creador, Victor, sobre su existencia en un mundo que no comprende. Esta capa teológica atraviesa la película sin solemnidad: aparece en gestos, en miradas, en el modo en que la criatura aprende a nombrar el dolor.

Del Toro se apropia del relato desde la emoción. Ese es su sello. Lo que para otros directores fue una historia de horror o ciencia, para él es un drama de vínculos quebrados. Victor no es un genio atormentado: es un hombre enamorado de la idea de vencer a la muerte, pero incapaz de sostener la vida cuando se le presenta en forma de hijo. Oscar Isaac, el actor que da vida a Víctor, construye un Frankenstein frágil y arrogante, un hombre atrapado entre el deseo de trascender y la incapacidad de cuidar.

La criatura, interpretada por Jacob Elordi, es el punto más alto de esta reinterpretación. Su presencia física, azulada, casi traslúcida, demasiado bella para lo que debería estar muerto, le permite a Del Toro devolverle al personaje su dimensión trágica. El movimiento torpe, la manera en que su cuerpo parece aprender antes que su mente: todo se une para hacer de esta criatura un ser al que es imposible no mirar con compasión.

El viaje de la criatura no es de monstruo a humano, como en el libro, sino de recién nacido a exiliado. En su primera etapa, envuelto en vendas quirúrgicas, encarna la posibilidad. Más adelante, cuando viste un abrigo militar, vive en un mundo que lo rechaza por su diferencia. En este punto Del Toro retoma una de las ideas esenciales de la novela clásica: el otro, la otredad, es tan difícil de entender que, por miedo a lo desconocido, suscita violencia.

En paralelo, Del Toro reescribe a Elizabeth sin estridencia, pero con firmeza. La convierte en la figura más lúcida de la historia, una mujer que observa desde la ciencia y desde la empatía. Mia Goth interpreta a Elizabeth como una presencia luminosa, una mente que no teme a la vida ni a la muerte, una curiosidad que contrasta con la soberbia de Victor. También es importante destacar las habilidades de Goth, quien no solo le da profundidad a Elizabeth, sino que también encarna a la madre de Víctor en su infancia.

Parte del poder de Elizabeth viene del trabajo de vestuario de Kate Hawley. Elizabeth no solo cambia de atuendo: cambia de textura emocional. Sus vestidos, inspirados en alas de mariposa, escarabajos, células y fractales, capturan la idea de que ella pertenece tanto al mundo natural como al intelectual. Las telas iridiscentes, los verdes opalescentes, los dorados que parecen respirar convierten cada escena en un manifiesto visual sobre la delicadeza y la fuerza. Victor, en contrapunto, es un estudio de arrogancia textil. Su dandismo inicial mostrado en el plaid, su abrigo con filo y guantes rojos, se va desmoronando a medida que su cordura se fragmenta. La criatura, por su parte, está vestida por el mundo. El vestuario muestra sus etapas y su soledad.

La película avanza con una cadencia romántica, pero no académica. No es un filme de época. Del Toro no reconstruye la historia: la reinventa. La Inglaterra victoriana aparece como un territorio mental, un paisaje emocional donde la ciencia y el mito conviven . Ese mundo le permite sostener ambigüedades: un laboratorio que parece iglesia, una criatura que parece ángel, una muerte que parece renacimiento.

En este universo, los mitos religiosos son parte del relato. La mesa de trabajo en forma de cruz, La criatura que asciende como si fuera un mártir y la arquitectura crean la atmósfera.

El cierre emocional de la película conserva algo esencial del espíritu de Shelley, pero con la firma de Del Toro. Su compasión hacia ambos personajes, hacia el que crea y el que sufre, No es un final grandioso: es un final honesto.

Con esta película, Del Toro no pretende resolver el enigma de Frankenstein sino devolverlo a su pregunta esencial: qué significa crear algo capaz de sentir. Su versión no busca actualizar el mito, lo humaniza. Y en esa humanidad la historia vuelve a latir con una fuerza que no pertenece al pasado sino a un presente que aún intenta comprender por qué seguimos temiéndole a lo que nace de nuestras propias manos y por qué la otredad continúa siendo el espejo más incómodo de todos.

Tiffany Frankenstein: cuando la película sale del marco

Además de la película, Del Toro y Netflix han creado junto a Tiffany & Co. una experiencia paralela que expande el mito más allá de la pantalla. En The Landmark, la icónica tienda de la marca en la Quinta Avenida, cinco vitrinas diseñadas en colaboración con el director reinterpretan la ventana del laboratorio de Victor Frankenstein como portales góticos. Dentro de ellas se despliegan escenas que parecen suspendidas en un experimento eterno: instrumentos científicos que recuerdan el galvanismo, cristales tallados que capturan la luz como si guardaran electricidad latente, mecanismos que parpadean con una vida incipiente y superficies metálicas que devuelven el tono azul que domina la película. Las pantallas digitales proyectan animaciones creadas para la instalación y, al ritmo de la banda sonora de Alexandre Desplat, la fachada nocturna se transforma en un escenario cinematográfico a plena calle.

 

En el interior de The Landmark, la exhibición continúa con las piezas originales de Tiffany usadas por Mia Goth, el Wade Necklace, el colgante de escarabajo y otras joyas procedentes del archivo histórico, presentadas como reliquias que dialogan con el imaginario de Del Toro. A su lado se muestran los vestuarios concebidos por Kate Hawley: los vestidos iridiscentes de Elizabeth, los guantes escarlata que sellan la culpa de Victor y los abrigos erosionados que narran el viaje de la criatura. Completa la escena una selección de artefactos, utilería y libros raros que trazan un puente inmediato hacia la sensibilidad de Mary Shelley. La instalación es, ahora mismo, un ecosistema vivo: cine, artesanía y mito respirando en el mismo espacio.

Frankenstein de Guillermo del Toro se puede ver en Netflix en todo el mundo.

 

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