A veces, las activaciones más interesantes no son las más ruidosas, sino las que reinterpretan una tradición para darle un sentido contemporáneo. Eso ocurrió con Tequila Don Julio, que decidió acercarse al Día de Muertos no desde la estética del marketing, sino desde un gesto sencillo y profundamente simbólico: el pan.
Hoy, las marcas buscan nuevas formas de conectar con audiencias saturadas de estímulos. Por lo anterior, Tequila Don Julio optó por un camino inesperado: crear en Bogotá una panadería efímera inspirada en los rituales del Día de Muertos. La propuesta, desarrollada con Rosetta, la casa de la chef Elena Reygadas, y Jardín Tragos y Pasteles, no se presentó como una campaña, sino como una invitación a habitar una tradición desde la memoria y la experiencia sensorial.
El proyecto hizo parte de Eternos por Amor, una narrativa desplegada durante octubre que exploró el vínculo entre duelo, celebración y legado. La historia abrió con un homenaje al cineasta colombiano Jaime Osorio, a través de un cortometraje narrado por Nelson Camayo y fotografiado por Nano Moreno, donde el Día de Muertos aparece como un territorio emocional: un espacio para recordar sin solemnidad y para reencontrarse con quienes dejaron huella.

Luego vino la Gala de Muertos, un evento que enfatizó la idea de trascender: no solo recordar a quienes se han ido, sino entender que las tradiciones permanecen vivas porque se transforman y viajan. Allí, la marca usó símbolos de la cultura mexicana no como ornamento, sino como lenguaje para hablar de identidad y continuidad.
El cierre fue la Panadería Mexicana de Lujo Don Julio, quizá el gesto más atípico del proyecto. En vez de una puesta en escena monumental, el espacio se construyó desde la intimidad del rito: la elaboración del Pan de Muerto, un alimento cargado de historias familiares, aromas y gestos que sobreviven generación tras generación. Por primera vez, esa receta llegó a Colombia con la intención de conectar culturas a través de un símbolo cotidiano.

Más que una experiencia gastronómica, la panadería propuso un ejercicio de memoria colectiva. Cada visitante elegía un objeto, vela, flor o calavera, y entregaba la foto de un ser querido para imprimirla en el momento. Con esos elementos se levantó un altar que se completaba con el Pan de Muerto, resignificando el acto de consumir pan como un gesto de homenaje.
“Con Eternos por Amor queremos honrar los lazos que permanecen”, explicó María José Neira, Head of Culture de Diageo. Más allá de la declaración, lo cierto es que la activación funcionó como un recordatorio de que las tradiciones pueden ser reinterpretadas sin perder su esencia. Y que, a veces, una panadería temporal puede decir más sobre cultura y afecto que cualquier gran producción.
Mira Eternos por amor: