miércoles, agosto 20, 2025
Ester

En comunicación, la viralidad es fugaz; la credibilidad, no. El periodismo sigue siendo el pilar que garantiza confianza, y el PR orgánico, la herramienta que la convierte en reputación duradera a ambos lados del Atlántico.

Basta ya de hacer famosa a gente estúpida”. Lo expresé hace unos meses en una entrevista y lo mantengo con la misma convicción. No es una provocación gratuita: es el reflejo de una tendencia que nos está saliendo cara, tanto en España como en Latinoamérica. Nos hemos dejado seducir por la viralidad y, en el proceso, hemos olvidado que la credibilidad sigue siendo la moneda real de cambio en comunicación.

Un informe reciente del Instituto Reuters muestra que en Latinoamérica el consumo de noticias ha migrado con fuerza hacia las redes sociales y el video online, superando en alcance a la prensa escrita o televisiva. Sin embargo, alcance no equivale a confianza. El público continúa acudiendo a los medios periodísticos cuando quiere confirmar si algo ha ocurrido y verificar la veracidad de los hechos. En la mayoría de países latinoamericanos, ante noticias de última hora, se confía más en medios tradicionales que en influencers. La razón es simple: la prensa profesional opera bajo estándares de verificación, contraste de fuentes y responsabilidad ética que, por lo general, los influencers no están obligados —ni preparados— para cumplir.

La prensa no es insustituible por una cuestión de formato, sino de fondo: la credibilidad. Es un contrato social implícito en el que el medio tradicional, con todos sus defectos y necesidad de reinventarse, sigue siendo el cortafuegos entre la información veraz y la mera propaganda o el espectáculo.

Llevo más de quince años trabajando en medios y en relaciones públicas (PR), y he visto de todo: empresas obsesionadas con aparecer en una portada sin un mensaje sólido, creadores de contenido aceptando cualquier colaboración sin preguntarse si es coherente con lo que representan, marcas que ponen toda su reputación en manos de un influencer que mañana puede estar en el centro de un escándalo.

La prensa, con sus retos y limitaciones, sigue siendo el único contrapeso entre la información verificada y el ruido del algoritmo. Ningún número de “likes” sustituye el trabajo de un periodista que contrasta, contextualiza y se atreve a incomodar.

El PR auténtico no consiste en coleccionar recortes de prensa o pagar menciones disfrazadas. Consiste en narrar quién eres, qué impacto generas, qué valores defiendes. Consiste en dejar que tus resultados hablen y en entender que la notoriedad no siempre es sinónimo de reputación. Una marca sólida se construye a base de coherencia, de trabajo continuo, de mensajes alineados con la realidad. No hay atajos. En WILDCom lo repetimos hasta el cansancio: nada de milagros, solo muy buen PR.

Nuestro trabajo es tender puentes entre empresas y medios, en España y en toda Latinoamérica —incluyendo Colombia— para que las historias que importan tengan visibilidad. Y no hablo de visibilidad vacía: me refiero a la que aporta legitimidad, la que abre puertas y genera confianza a largo plazo. Sí, colaboramos con influencers, podcasters y creadores cuando tiene sentido estratégico. Pero son piezas tácticas, no el pilar sobre el que descansa la reputación de un cliente.

En esta “economía de la atención”, todos corremos el riesgo de dejarnos llevar por el trending topic. Pero la viralidad es frágil. La reputación bien construida, en cambio, es un activo que sobrevive a crisis, cambios de mercado y modas. Por eso insisto: defendamos el papel de la prensa. No por nostalgia, sino porque su función es insustituible. Y entendamos que el PR no es un generador de fuegos artificiales, sino un trabajo artesanal de largo recorrido.

Si queremos llegar lejos y no solo rápido, la solución es cristalina: menos obsesión por ser noticia hoy y más trabajo para seguir siéndolo, con orgullo, dentro de diez años.

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Miguel Dallos
Leonardo
Camilo Herrera