sábado, julio 05, 2025
Leonardo

¿Alguna vez has sentido que el simple hecho de entrar a un centro comercial te da un respiro, como si salieras por un momento del caos citadino? No es casualidad. Es la naturaleza, o al menos su evocación más sutil, metiéndose en los lugares más impensados, entre vitrinas, escaleras eléctricas y patios de comida. Y no, no hablo solo de jardineras bonitas.

Como investigador y docente, he dedicado buena parte del último año a mirar los centros comerciales de Bogotá con otros ojos. No como comprador, sino como explorador del comportamiento humano. Porque el diseño biofílico no es solo una moda estética, es una estrategia poderosa que conecta con nuestra biología, nuestro bienestar y, por supuesto, nuestras decisiones de compra.

Junto a mi equipo del Politécnico Grancolombiano y en colaboración con centros comerciales como Tintal Plaza, nos propusimos una pregunta sencilla pero profunda: ¿qué pasa cuando llevamos la naturaleza a estos espacios de consumo? ¿Realmente cambia algo en el comprador? La respuesta corta es: sí. Pero lo fascinante está en el cómo y en el por qué.

El diseño biofílico parte de una premisa sencilla, los seres humanos necesitamos estar en contacto con la naturaleza, es algo que está impreso en nuestra biología, incluso si vivimos rodeados de concreto. Incorporar elementos como luz natural, agua, plantas, materiales orgánicos o vistas verdes en los espacios cerrados, no es solo decoración, es psicología aplicada.

En ciudades como Bogotá, donde el gris del pavimento se impone sobre el verde del paisaje, los centros comerciales se han convertido en micro refugios, espacios donde no solo vamos a comprar, sino a buscar experiencia, descanso, incluso algo de paz. Y ahí es donde el diseño biofílico tiene un papel crucial.

El diseño biofílico no solo mejora la estética de los espacios comerciales, sino que también influye positivamente en la percepción del consumidor. Al integrar elementos naturales se genera una atmósfera que potencia tanto el valor hedónico (relacionado con el placer y el bienestar), como el valor utilitario del espacio. Esta combinación no solo transforma la experiencia de compra, sino que también fortalece la lealtad del cliente y promueve prácticas sostenibles en el entorno urbano.

Los espacios que integran adecuadamente elementos naturales no solo generan mayor agrado estético, aumentan la percepción de valor, prolongan el tiempo de permanencia y mejoran la disposición a volver. En otras palabras, la gente se siente tan bien que, sin darse cuenta, compra más… y regresa.

Ahora bien, esto no se trata de llenar los pasillos de plantas artificiales ni de colgar lianas entre tienda y tienda. El verdadero reto del diseño biofílico está en la autenticidad, en cómo se logra una atmósfera que conecte emocional y sensorialmente con las personas. ¿La luz entra de forma natural? ¿El sonido del agua es real o solo decorativo? ¿El verde es parte viva del espacio o un simple adorno?

En ese sentido, los hallazgos en Tintal Plaza fueron especialmente interesantes. Allí, la implementación de estrategias biofílicas se hizo con un enfoque integral desde la vegetación real que acompaña las zonas de descanso, hasta la orientación de la luz natural que atraviesa las claraboyas. Y los resultados fueron claros: mayor satisfacción del cliente, percepción positiva del ambiente, y una mayor sensación de bienestar general.

Como investigador, como docente y como ciudadano, creo firmemente que el futuro del urbanismo comercial no está en más metros cuadrados, ni en más pantallas LED, sino en más conexión humana. Y esa conexión empieza, paradójicamente, por reencontrarnos con lo más básico la naturaleza.

Por eso, cuando pienses en centros comerciales verdes, no pienses solo en sostenibilidad o ecología. Piensa en salud mental, en experiencia emocional, en calidad de vida. Porque en un mundo cada vez más digital, frío y desconectado, el verde también se compra, pero más que eso, se siente.

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Camilo Herrera
Fabian ruiz