viernes, julio 04, 2025
Carolina Mejía

Entender que las etapas de las organizaciones son cíclicas nos permite ver la realidad como es, que hay estrategias que funcionan en unos momentos y luego en otros, no.

Todo en la naturaleza es cíclico. Los movimientos del Sol y las fases de la Luna, las estaciones del año, las migraciones de los animales, el crecimiento de la vegetación... La vida misma tiene un inicio, atraviesa etapas y llega a un inevitable final. Pero mientras esto es tan claro en todo lo que nos rodea, el mundo laboral, el discurso de la productividad y la eficiencia de la sociedad parecen negar estos ciclos, pues crean una expectativa de crecimiento constante, sin derecho a pausas o reveses. Esto, en cambio, evita que las organizaciones y los líderes podamos acomodar nuestros esfuerzos, permitirnos quitar el pie del acelerador en ciertos momentos para aprender y reajustar los esfuerzos de una forma más sostenible y duradera.

En su libro Necessary endings: the employees, businesses, and relationships that all of us have to give up in order to move forward, Henry Cloud habla de cómo las compañías –e incluso las personas en su vida– pueden entenderse como estaciones en el año.

Cada estación tiene un propósito y unas tareas, pues hay un momento para cada cosa. El truco –como él lo plantea– es poder reconocer estas etapas, y sus ciclos, y estar en paz con que las cosas que funcionan en una, no necesariamente sirven para la otra.

De acuerdo con Cloud, la primavera es un momento de inicios. Es la etapa para sembrar, para entender cuáles son las áreas de la compañía que se van a trabajar, para nutrir la visión de lo que se quiere cosechar. Por su parte, el verano es el momento para dirigir los recursos para que las semillas crezcan y se conviertan en plantas, evitar que les caigan pestes, fertilizar, podar y generar apoyo para que las cosas puedan florecer.

El otoño es el momento de recoger lo sembrado, de hacerlo de forma eficiente, cuidando los costos, de hacerlo sin dañar el terreno en el proceso. Finalmente, el invierno es un momento de preparación. De entender cómo estuvo la temporada con sus aprendizajes, mejoras necesarias y aciertos. Es tiempo de alinear las necesidades del año que viene, de reparar y dejar listos los terrenos para comenzar de nuevo.

Entender que las etapas de las organizaciones son cíclicas nos permite ver la realidad como es, que hay estrategias que funcionan en unos momentos y luego en otros, no. Que las organizaciones evolucionan, que sus prioridades y sus maneras de actuar pueden cambiar según el contexto y que, a veces, algunas cosas tienen que terminar para que otras puedan arrancar.

Creo que en el fondo todos entendemos que un producto que en el pasado fue la estrella de la compañía no lo será para siempre, o que los talentos que fundan una compañía pueden no ser los idóneos para administrar su crecimiento; pero la resistencia a aceptarlo viene a veces con muchos golpes para las empresas y para las personas que están en ella.

Como personas también tenemos esos ciclos. Nuestras carreras no son una línea recta hacia el éxito. Hay momentos para prepararnos, para estudiar; otros para trabajar más de la cuenta; otros para recoger lo que hemos sembrado y otros en los que la vida nos empuja a reinventarnos de nuevo. Pero la fijación de la sociedad por tantas líneas rectas y poco espacio para los círculos hace que los cambios sean dolorosos de aceptar, que nos ensañemos en evitarlos, o que nos cojan tan mal preparados que cuando llegan, entramos en un estado de shock en el que solo podemos negarlos.

Si el mundo es cíclico, es natural que nosotros y las empresas lo seamos. Si nos alineamos con esta verdad, tal vez podamos fluir más fácilmente en las etapas que la vida nos obliga a transitar.

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Camilo Herrera
Fabian ruiz