Ante la intoxicación táctica y el ruido de los falsos gurús, la industria enfrenta una crisis de identidad. Esta es una hoja de ruta para sobrevivir a la era del marketing efímero: menos métricas de vanidad, más profundidad estratégica y, sobre todo, entender que la Inteligencia Artificial nunca podrá reemplazar la 'garra' y la emoción de un equipo humano.
A veces abro los ojos por la mañana, agarro el celular y siento que, mientras dormía, el mundo del marketing cambió tres veces.
No es una exageración. Salió una nueva actualización de algoritmo que cambia las reglas del juego. Apareció una red social emergente que "si no usas, estás muerto comercialmente". La Inteligencia Artificial generó mil imágenes nuevas y redactó cien artículos antes de que yo pudiera siquiera tomar mi primer sorbo de café. Y de repente, en medio de ese bombardeo de notificaciones y tendencias, me asalta una pregunta que creo que muchos directores de agencia y gerentes de marca nos hacemos en silencio, con un poco de vértigo en el estómago: ¿Y ahora qué?
Vivimos en la era de la intoxicación digital y la saturación táctica. Y aunque el consumidor ha cambiado —es más escéptico, más rápido, más fragmentado y huele la publicidad falsa a kilómetros de distancia—, lo que más me preocupa hoy no es el consumidor. Lo que me preocupa es cómo nosotros, la industria, estamos reaccionando ante él.
Siento que estamos atravesando una crisis de identidad profunda.
Veo con preocupación cómo prolifera la figura del "experto instantáneo". Personas que, tras ver un par de videos en TikTok, leer un hilo en X (aunque yo le sigo diciendo Twitter) o hacer un curso de fin de semana, creen que han descifrado el código enigma del marketing. Venden la idea de que esto se trata de trucos, de hacks, de usar la canción de moda o de descubrir el "botón secreto" de las ventas. Lo peligroso no es que ellos lo crean; lo verdaderamente alarmante es que hay marcas y gerentes que, desesperados por resultados rápidos, compran esa ilusión. Invierten presupuestos reales en humo digital, olvidando que la construcción de marca no es un sprint de trucos, sino una maratón de coherencia.
Y aquí es donde, como directora de Inspiramark, siento la necesidad visceral de poner la pelota al piso, respirar y hacer un llamado a la sensatez.
Existe una confusión peligrosa allá afuera: mucha gente cree que Marketing es igual a Social Media.
Hemos reducido una disciplina estratégica, profunda y holística a la simple publicación de contenidos en una rejilla de Instagram. Nos hemos obsesionado tanto con la táctica que hemos olvidado la estrategia. Ver un feed estéticamente perfecto no significa que haya una construcción de marca sólida detrás. Un video viral de diez segundos no garantiza ventas sostenibles, ni lealtad a largo plazo.
El marketing no es solo lo que se ve en la pantalla del celular. El marketing real son acciones integradas desde múltiples frentes: es el diseño del producto, es la estrategia de precios, es la plaza, es la experiencia de servicio al cliente, son las relaciones públicas, es la cultura interna que respiran los empleados. Las redes sociales son solo una ventana de la casa, pero no pueden ser los cimientos ni las columnas que sostienen el edificio. Si la casa está vacía por dentro, de nada sirve tener la ventana más bonita del barrio.
Y luego, tenemos al gran elefante en la habitación: la obsesión por la data y la omnipresencia de la inteligencia artificial.
Ahora todos nos llenamos la boca diciendo que "somos data-driven". Nuestras presentaciones están repletas de métricas, cuadros de Excel y porcentajes de crecimiento. Pero, siendo brutalmente honestos, ¿cuántos sabemos realmente leer lo que esos números gritan? Tener datos es la parte fácil; tener insights es el verdadero arte. La data sin interpretación es solo ruido blanco.
He visto marcas ahogadas en reportes automáticos que celebran likes y views (las famosas métricas de vanidad), mientras sus negocios reales no mueven la aguja. Necesitamos menos reportes automáticos y más cerebros humanos conectando puntos, entendiendo el contexto, descifrando el porqué detrás del clic y transformando números fríos en decisiones de negocio calientes.
Lo mismo ocurre con la IA. Es una herramienta fascinante y en mi agencia la usamos a diario. Pero la IA no tiene alma. No tiene intuición. No tiene calle. No tiene esa "garra" inexplicable que hace que una campaña te erice la piel o te saque una lágrima. La IA puede procesar, pero no puede sentir. Si delegamos todo el pensamiento al algoritmo, terminaremos con marcas genéricas, perfectas, pulidas y absolutamente aburridas. La tecnología tiene que ir, sí o sí, combinada con estrategia, con un concepto sólido y con ese toque humano, imperfecto y maravilloso, que es el único capaz de generar una conexión real.
Entonces, vuelvo a la pregunta inicial: ¿y ahora qué con el marketing?
La respuesta, irónicamente, no está en la próxima gran tecnología futurista, sino en volver a la base.
Toca volver a pensar antes de hacer. Toca recordar que detrás de cada dispositivo hay una persona de carne y hueso con miedos y deseos, no un simple "usuario" o un "lead". Toca defender el valor de la estrategia por encima de la tendencia efímera del baile de moda. Toca entender que las agencias —especialmente las boutiques, que vivimos este oficio con una pasión casi artesanal— no somos fábricas de posts en serie; somos socios de negocio que utilizamos la creatividad para resolver problemas reales.
El marketing de hoy necesita menos "gurús" de micrófono y más estrategas de escritorio. Menos ruido artificial y más nueces estratégicas. Menos automatización ciega y más inteligencia emocional.
Así que, ante el vértigo del cambio constante, mi respuesta es firme: ahora, necesitamos más estrategia, más concepto y más humanidad que nunca.
También le puede interesar: “El camino de la leche”, la nueva campaña que destaca el valor del envase de Tetra Pak en la industria láctea