jueves, octubre 30, 2025
Susan

Esta es una reflexión sobre lo que significa ser 'David', una agencia boutique, cuando nos invitan a competir junto a los 'Goliats'; de la industria. Y es, por encima de todo, un gracias a los líderes  de mercadeo y comunicaciones por reconocer que, aunque seamos 'David', también tenemos garra, pasión y capacidad estratégica para asumir el reto.

Permítanme una confesión: por estos días, tengo el cerebro fundido.

No es una queja, es casi un estado del alma. Es esa sensación de dislexia verbal que aparece después de días de trabajo intenso, donde tu corazón late más rápido que tus ideas y tu boca no logra conectar. Es la resaca noble de la adrenalina, la resaca de una LICITACIÓN.

Quienes vivimos en este mundo de las agencias conocemos ese latido. Llega la invitación de una gran multinacional o multilatina. La emoción pura. Y luego, el vértigo. El momento en que preguntas (o te enteras) quiénes son los otros invitados. Es ahí cuando ves la lista: los Goliats. Las agencias más grandes, con más trayectoria, con equipos que triplican el tuyo.

Y entonces, aparecemos nosotros: Inspiramark. Una agencia boutique. Un equipo lleno de corazón.

En ese momento, la licitación deja de ser un simple concurso y se convierte en nuestra causa personal. No entramos solo con una presentación; entramos con el alma puesta en cada slide, con todos los sueños por cumplir, con las ganas intactas de tener visibilidad y, sobre todo, con la convicción profunda de querer mostrar cómo lo hacemos diferente.

Pero seamos brutalmente honestos: el síndrome de David es real. Y duele. Está lleno de esos nervios que te paralizan por un segundo.

Está esa presentación en la que, por culpa de esa misma presión, cometes justo el error que querías evitar para brillar. O ese día en que uno de tus creativos clave —que son almas brillantes, no máquinas de ideas— simplemente no fluye. Y tú, como líder, sientes su frustración como propia. Como directora, me he descubierto entrenando obsesivamente a mi equipo para que brillen, para que sean acertados, olvidándome de construir mi propia narrativa para ese día.

Porque al final de todo, en una licitación, todo se reduce a una conexión humana.

He estado en salas donde, tras un storytelling fluido, llegas a la bajada del concepto, a los artes. De repente, ves cómo se iluminan los ojos del cliente. Es una sensación mágica, inconfundible. Una flecha directa al corazón. Es el "sí" silencioso que justifica cada noche en vela, cada gota de sudor. Es un momento de pura felicidad profesional.

Y, con la misma honestidad, también he estado en la otra sala. Esa donde llegas con la misma ilusión, pero te encuentras con un cliente que revisa su celular o teclea en su computador mientras hablas. Es un silencio que ensordece y que, por un instante, te rompe por dentro y te hace dudar del valor de esa idea que, 24 horas antes, te parecía la más potente del mundo.

Cada licitación es un universo de aprendizaje. Ganes o pierdas, te deja una marca. Te obliga a revisar tus procesos, a cuestionar tus propias metodologías y a encontrar formas diferentes de servir a los clientes que ya confían en ti.

Pero el aprendizaje más grande no es interno. Es un mensaje para la industria.

Hoy quiero usar esta columna, no solo para reflexionar sobre la presión, sino para agradecer desde el corazón.

Quiero dar las gracias, de directora a gerente, a esos líderes de mercadeo y a esas grandes compañías que se atreven a romper la inercia. Gracias por su valentía. Gracias por mirar más allá del tamaño del edificio o del número de empleados. Gracias por entender que las ideas grandes, no siempre vienen de estructuras gigantes.

Muchos de los que hoy creamos y lideramos nuestras propias agencias boutique, venimos de esas grandes agencias. Conocemos ese mundo y esa experiencia es invaluable. Elegimos, por pura pasión, aplicar todo ese aprendizaje en un modelo diferente, uno que nos permite ser más ágiles y tener una estructura más concentrada, donde la estrategia y la creatividad están siempre en primera línea.

Cuando invitan a una agencia boutique a la mesa, están invitando garra, pasión y experiencia. Están apostando por la visión, por la capacidad de resolver necesidades actuales y por una agilidad de reinvención que el mercado de hoy exige. Nos dan la oportunidad de oro de demostrar que somos igual de valiosos, que tenemos la creatividad, la capacidad y que estamos listos para el reto.

Al final, la adrenalina baja. Cuando la presentación termina, no hay tiempo real de parar. Hay que respirar profundo, celebrar (o sanar) rápido, y seguir, porque nuestros clientes actuales no esperan; nos necesitan como su aliado estratégico.

El cerebro se recuperará. Pero la oportunidad que nos dieron, ese voto de confianza para que David entre a la sala de juntas, es lo que realmente nos mueve.

Es lo que nos inspira y nos recuerda por qué amamos lo que hacemos.

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Miguel Dallos
Leonardo
Camilo Herrera
6
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