miércoles, octubre 29, 2025
valentina

Hace poco, en un grupo de profesionales del mundo de la consultoría, tuvimos una conversación interesante sobre el servicio al cliente. La pregunta central fue:  ¿es posible medir objetivamente la calidad cuando lo que se entrega son experiencias, percepciones y emociones?

Algunos, con absoluta convicción, aseguraban que sí. Que hoy existen suficientes métricas para hacerlo. Hablaron del Net Promoter Score, de la tasa de retención, del nivel de cumplimiento de los acuerdos de servicio y de decenas de indicadores que, en teoría, reflejan la satisfacción del cliente. En este caso, la calidad puede documentarse, compararse y graficarse. Y, por ende, lo que se puede medir, se puede mejorar.

Otro grupo tenía una percepción diferente. Afirmaban que el servicio al cliente no es una ecuación, sino una emoción. Que no hay Excel capaz de capturar una mirada empática, el tono de voz o la sensación de haber sido escuchado.

Yo escuchaba atentamente, sin saber de qué lado tomar. En GJ Comunicaciones, el servicio al cliente es el centro de nuestra operación. Hacemos grandes esfuerzos por obtener retroalimentación, escuchar activamente las necesidades de nuestros clientes y medir su satisfacción tanto de manera cuantitativa como cualitativa. Sin embargo, muchas veces siento que la calidad del servicio vive en esa delgada línea entre lo medible y lo percibido.

Claramente, temas como la eficiencia, la calidad de los entregables o los tiempos de respuesta se pueden medir. Pero hay otros intangibles como la empatía, la escucha atenta, la paciencia, la calidez, que son imposibles de cuantificar. Cada cliente es un universo distinto, con necesidades, historias y personalidades únicas. Para una persona analítica y reservada, un consultor demasiado expresivo puede resultar abrumador. Mientras que, para un cliente que valora la conversación y el vínculo humano, un consultor excesivamente técnico puede parecer distante o poco interesado.

Después de reflexionar sobre aquella conversación, comprendí que no se trata de elegir entre blanco o negro. El servicio, como casi todo en la vida, es gris. La calidad no reside únicamente en el dato ni exclusivamente en la emoción: está en la ecuación perfecta entre la eficiencia y la percepción, entre lo que se hace y cómo se hace sentir.

Los indicadores son fundamentales: nos dan estructura, nos permiten tomar decisiones y detectar patrones de mejora. Pero si no se interpretan a la luz de la experiencia personal de cada cliente, pueden volverse números vacíos. De nada sirve alcanzar un NPS de 90 si el cliente no siente conexión con el equipo que lo atiende o no percibe coherencia entre lo que prometemos y lo que entregamos.

El gran reto de las firmas de servicio está, precisamente, en equilibrar ambos mundos: medir para mejorar, pero también entender a los clientes a profundidad para conectar. Buscar ese punto donde los datos y la sensibilidad se encuentran y donde la eficiencia se traduce en confianza, y la confianza en lealtad.

En GJ Comunicaciones lo vemos todo el tiempo. Hay proyectos que fluyen casi sin esfuerzo, donde las ideas se entienden al instante, las reuniones se vuelven conversaciones y los resultados se potencian. No es casualidad: es química. Esa conexión invisible que surge cuando el cliente y el equipo se entienden más allá del contrato.

Y aunque no existe indicador que la mida, todos la reconocemos cuando ocurre. También he vivido lo contrario: cuando esa química no aparece, por más que los resultados acompañen, la relación entre agencia y cliente tiende a desgastarse.

Nuestro verdadero reto está en encontrar siempre esa ecuación precisa en la que lo tangible y lo intangible vivan en equilibrio. Donde el cliente sienta que sus expectativas técnicas son cumplidas, pero también que sus necesidades humanas son comprendidas.

Porque al final, ese es el desafío de quienes trabajamos en la industria de servicios: lograr que los datos respalden, pero que la conexión trascienda.

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Miguel Dallos
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