Hay lujos que no se exhiben: se guardan en la nevera. El queso, por ejemplo, aparece sin hacer ruido en los dos momentos más íntimos del día —el desayuno y la cena— cumpliendo un rol que nadie le asignó, pero todos agradecemos: unir.
Siete de cada diez colombianos lo sacan al menos una vez por semana para acompañar la arepa, escoltar el chocolate o salvar un sándwich improvisado. Durante años fue eso: compañía. Hasta que dejó de serlo.
Hoy el queso llegó al centro del plato. En nuestro estudio de comidas colombianas aparece como protagonista en 198 preparaciones que van desde lo tradicional —mote, arepa de choclo— hasta lo adoptado: carbonaras caseras, rollos de pechuga rellena, pastas que se creen italianas, pero nacieron en Bogotá a punta de tutoriales. El queso se coló en recetas donde no estaba invitado… y terminó siendo el invitado favorito.
Cuando el paladar madura, el país también
Hace unos años la mayoría de los hogares repetía los mismos tres o cuatro quesos frescos. Hoy, el colombiano promedio se da el permiso —y el gusto— de probar 6,1 variedades al año.
No es un simple dato técnico: es una señal cultural.
Los frescos siguen mandando, sí, pero el crecimiento llega desde dos mundos:
— los nuestros, con el costeño y el criollo ganando terreno;
— y los nuevos rituales, con el parmesano abriendo la puerta a los madurados, seguido por los holandeses y el Paipa, que defiende su Denominación de Origen con la dignidad de quien sabe que representa una región.
La nevera, de a pocos, cambió de acento. Conserva raíces, pero ahora pronuncia otras notas.
El hard–discounter: la vitrina inesperada del lujo posible
La sorpresa llegó por donde nadie miraba. Los hard–discounters, antes sinónimo de comprar “lo necesario y ya”, se convirtieron en la puerta de entrada a la sofisticación.
Hoy, el 45% de las ventas de quesos maduros pasa por este canal. Allí, entre estantes austeros, el consumidor encuentra marcas locales que replican estilos europeos y también importadas sin inflar el precio… pero sí el ego.
El queso madurado dejó de ser “lujo importado y costoso”: se volvió un lujo alcanzable. Un lujo emocional. Una mezcla de origen, narrativa y la certeza de que darse un gusto no debería ser un privilegio.
El lujo que cabe en la nevera
Mientras los precios suben y los gustos se afinan, los quesos maduros ocupan un lugar que antes no tenían: el de la indulgencia razonable.
Hoy, el 43% de los hogares colombianos convive con al menos un queso madurado, incluso aquellos que durante años compraron solo cuajadas o quesos frescos.
No es pose ni tendencia importada: es un cambio en el paladar y en la autoestima alimentaria del país.
El queso —ese blanco, salado y sin apellido que acompañó a tantas generaciones— ahora se parte con cuchillo, se reparte sin jerarquías y se disfruta en familia.
Un lujo cotidiano, no para mostrar, sino para compartir.
Poco pero bueno: la economía del gusto
Tiene nombre técnico: trade-up selectivo.
Tiene explicación emocional: cuando el bolsillo aprieta, la gente no deja de consumir… elige dónde hacerlo bien.
Y el queso se ganó ese lugar.
Un pedazo de parmesano reemplaza otro lujo diario.
Un buen costeño resuelve una cena con dignidad.
Un trozo pequeño hace más feliz que una porción grande de cualquier otra cosa.
En tiempos de inflación, el queso se volvió bienestar sensato: placer sin culpa, recompensa sin exceso, un lujo democrático.
Ese que, al final del día, se parte con cuchillo.
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