En un aeropuerto, después de un evento de liderazgo femenino, comprendí que había llegado la hora de rearmar mi vida.
Una vida exitosa, sí, pero que me estaba costando más de lo que podía pagar. Los años en publicidad y mercadeo habían dejado cicatrices dolorosas: hernia hiatal antes de los 35, colon irritable, silencios como condenas y la carga de ser mujer. En ese recorrido, encontré personas luminosas y también la certeza amarga de que en muchos casos el precio de los resultados era el sacrificio del alma. Hoy pienso distinto: los resultados llegan cuando lo primero, lo irrenunciable, es el ser humano.
La industria premió durante años al héroe que se quedaba hasta las tres de la mañana, al de la fumada verde, al que convertía su cansancio en combustible y al que se ponía la 10 pasando derecho toda la semana. Ese mito del genio creativo era sexy y a todos nos seducía, pero hoy sabemos que su costo invisible es enorme: burnout, ansiedad, depresión, rotación de talento y, lo más crítico, la pérdida de la verdadera creatividad.
Según la American Psychological Association (APA), el 76 % de los trabajadores creativos reporta síntomas de burnout, mientras que en agencias globales la rotación del talento creativo supera el 30 % anual. ¿Cuánto tiempo nos queda como industria, si para sobrevivir en el mercado, debemos dar la milla extra a costa de nuestra propia vida?
Vivimos en un mundo VUCA (volatility, uncertainty, complexity, ambiguity: volátil, incierto, complejo y ambiguo) y BANI (brittle, anxious, non-linear, incomprehensible: frágil, ansioso, no lineal e incomprensible), que describe con precisión la montaña rusa emocional y cognitiva de nuestros equipos. En este entorno, la salud mental ya no puede ser un tema secundario: es un factor de competitividad. Pero ojo no de la que se grita en campañas, sino la que realmente se vive día a día.
El nuevo enemigo es el cortisol elevado de manera crónica y en nuestro cerebro bloquea la corteza prefrontal, responsable del pensamiento flexible y la innovación. En otras palabras: trabajar bajo presión constante no “saca lo mejor” de nosotros, sino que apaga los circuitos de la creatividad. Estudios de MIT y Stanford confirman que la inspiración necesita oxígeno: seguridad psicológica, pausas activas y tiempo de desconexión.
Cada vez más colegas se atreven a contar en LinkedIn sus crisis, sus pausas necesarias, su ansiedad. Esa vulnerabilidad compartida nos une y nos hace conscientes de esta realidad, pero no basta con dar “clic” en un post y aplaudir el coraje: necesitamos transformar las prácticas de gestión dentro de las empresas. Harvard Business Review muestra que los equipos con seguridad psicológica aumentan en 30 % la capacidad de innovación.
La buena noticia es que algunas compañías ya están respondiendo. Spotify introdujo mental health days y esquemas flexibles para reducir picos de ansiedad. Basecamp limitó la cantidad de proyectos simultáneos para evitar saturación. Agencias independientes de Europa experimentan con semanas de cuatro días sin pérdida de productividad. Los resultados son más creatividad, menor rotación, mayor lealtad. El futuro del mercadeo no depende solo de tener mejores algoritmos o mejor data, sino de cuidar las mentes que interpretan esos datos y diseñan esas ideas.
Hoy sé que la verdadera disrupción no está en las ideas que quitan el sueño, sino en los equipos que pueden dormir tranquilos. Elegí rearmarme, porque entendí que antes que cargos somos personas, y que cuidar la mente es cuidar el futuro del negocio. Como Nerd del Futuro, lo defiendo con fuerza: los resultados llegan, pero solo cuando primero cuidamos lo más valioso que tenemos, nuestra humanidad.
Esta columna hace parte de la edición #500 de la revista impresa de P&M.