Cuando la inteligencia artificial ha evolucionado tan rápido que describirla ya no emociona a nadie, conviene preguntarnos: ¿qué se resiste a ella? ¿Cuáles son esos campos que esta tecnología aún no ha logrado conquistar? La respuesta no está en lo meramente técnico, sino en lo profundamente humano.
Lo que la IA aún no puede hacer en el campo del marketing define, más que nunca, nuestra ventaja más auténtica como profesionales. Un estudio reciente de HubSpot revela datos que no deberíamos ignorar: en 2025, el 54 % del contenido en LinkedIn fue generado por IA. El resultado no fue más innovación ni más conexión, sino una saturación que redujo el engagement hasta un 70 %. Es la paradoja de la productividad: producir más no siempre significa impactar más.
Además, mientras el contenido genérico convierte un 80 % menos que el personalizado, el contenido auténtico— ese que incluye experiencias humanas, vulnerabilidad y contexto— genera hasta 3 veces más conexión. Las cifras no mienten: la IA puede replicar patrones, pero no puede provocar que un lector sienta un nudo en la garganta o una sonrisa genuina…al menos por ahora.
Pensemos en el marketing que recordamos. No son los copies perfectos ni las imágenes generadas sin imperfecciones. Son las campañas que nos hablaron directamente, que entendieron nuestro contexto, que nos hicieron sentir parte de algo. En Colombia lo vemos con marcas que, sin grandes presupuestos, se han viralizado gracias a videos improvisados con historias reales. Un emprendedor que muestra el tras bambalinas de su negocio puede mover más ventas que una campaña perfectamente segmentada pero carente de alma.
La IA puede generar textos veloces, optimizar SEO, automatizar campañas y responder preguntas con precisión. Lo que no puede es contar, por sí sola, una historia real de fracaso y aprendizaje, un momento de crisis convertido en insight, una decisión difícil que cambió el rumbo. No puede sentir la tensión en una negociación, ni el alivio tras resolver un problema imposible. No puede, porque no lo vivió.
Aquí es donde entramos nosotros, los seres humanos. En la economía de la atención, la verdadera escasez no es el contenido, sino el contenido que importa: el que se siente auténtico, honesto y personal. HubSpot lo confirma: los posts vulnerables en LinkedIn logran 2,5 veces más interacciones que los mensajes
pulidos y corporativos. Y no es casualidad: la vulnerabilidad genera confianza, y la confianza es la moneda más valiosa en marketing.
Entonces, reformulemos el foco: la IA no nos vuelve prescindibles, nos vuelve más responsables. Nos obliga a dejar de producir por producir y a preguntarnos qué valor único estamos aportando. Si la IA cubre la ejecución, nuestro papel es aportar visión, criterio y humanidad.
La pregunta ya no es “¿será que la IA lo hace todo?”, sino “¿cómo hacemos que lo que solo nosotros podemos hacer se convierta en nuestro mayor valor diferencial?”. La respuesta no está en más prompts o mejores algoritmos, sino en más escucha, más empatía y más historias que solo nosotros podemos contar.
Porque en un mundo lleno de automatización, la ventaja no es quién produce más, sino quién conecta mejor. Y esa sigue siendo, por ahora, una tarea 100% humana.