La trayectoria de una agencia no se mide solo en tiempo, sino en la consistencia de su propósito y en la capacidad de transformarse sin perder su esencia.
En GJ Comunicaciones hemos recorrido un camino lleno de aprendizajes, retos y reinvenciones que comenzó con mi mamá hace ya 30 años, Guiomar Jaramillo, una mujer que abrió el camino de las relaciones públicas en Colombia. Su reciente reconocimiento en la edición 500 de esta revista volvió a recordarme la profundidad y el valor de lo que ella construyó y a cuestionarme como hemos continuado el proceso de seguir fortaleciendo a GJ Comunicaciones en estos años. Y sí, aprovecho para felicitar a P&M por este logro que enmarca la evolución de toda una industria.
Desde que entré a la agencia en el 2015, escucho con frecuencia que trabajar con la familia es difícil, que los choques son inevitables y que entre generaciones hay siempre tensiones, expectativas y comparaciones. Y aunque sé que muchas historias confirman estos temores, la nuestra ha sido una experiencia distinta. No porque no hayamos tenido desacuerdos, claro que los hemos tenido, sino porque han sido tan pequeños que hoy causan risa. El color de un banner en la página web, una foto que a una le gusta más que a la otra, la ubicación de un texto en un brochure y el menú que se sirve en uno de los eventos. Cosas menores dentro de un proyecto mayor que siempre nos ha unido: hacer una empresa sólida, humana y con un propósito claro que es seguir construyendo país y formando grandes profesionales.
Cuando pienso en por qué esta transición ha funcionado, me doy cuenta de que no ha sido casualidad. Ha sido la intención. Ha sido la generosidad. Ha sido humildad de las dos partes. Tanto mi mamá como yo entendimos desde el principio que no se trataba de imponer sino de sumar. Ella con su experiencia, su intuición y su visión de la comunicación. Yo con mi formación, mi energía y mis ganas de transformar un modelo que llevaba veinte años siendo exitoso pero que necesitaba adaptarse a un mundo más dinámico, digital y global.
Construir sobre lo construido se convirtió en nuestro pilar. Nunca sentí que debía empezar de cero. Tampoco quise cambiar por cambiar. Me enfoqué en evolucionar, en fortalecer lo que ya existía y en darle una nueva dimensión a aquello que podía crecer. Aprendí a honrar la historia mientras impulsaba la innovación. Aprendí a valorar el sello de confianza que, Guiomar y Jaime Alberto Beltrán, nuestro socio y partner incondicional, sembraron en el sector, esa combinación de ética, rigurosidad y compromiso con Colombia que tantas puertas abrió y tantas relaciones construyó.
Hoy, diez años después, sigo convencida de que lo más valioso en una empresa familiar es la capacidad de encontrarnos en la mitad. De entender que el legado no es una carga sino un regalo. Que la tradición no se contradice con la innovación, se potencia con ella. Que crecer no implica borrar, sino ampliar. Y que las nuevas generaciones no venimos a reemplazar, venimos a continuar una historia con nuevos acentos, nuevas herramientas y nuevas ambiciones.
Celebrar treinta años es celebrar a quienes iniciaron este camino, pero también a quienes hoy lo empujan hacia adelante. Y para mí, no hay nada más inspirador que construir una empresa que honra su pasado mientras apuesta sin miedo por su futuro.
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