Últimamente, con más resignación que sorpresa, veo cómo los ejecutivos de múltiples industrias andan corriendo todo el día, cual maratonistas, con el burnout a flor de piel y una agenda que parece más un campo minado de reuniones, pendientes y responsabilidades. Sin embargo, entre tanto corre corre, me pregunto: ¿estamos realmente tan ocupados… o más bien estamos bastante distraídos o desenfocados?
Seguramente los hay de todos. Pero hoy quiero hablar de los distraídos disfrazados de ocupados. De esos que se enredan en la inmediatez, que confunden urgencia con importancia, que gastan horas haciendo scroll en redes, viendo o subiéndose a trends vacíos y que, sin darse cuenta, están sacrificando lo más valioso que tiene cualquier profesional: el tiempo para desarrollar criterio, la calma para tomar decisiones y la capacidad de discernimiento y priorización.
En los modelos de atención al cliente también me invade la misma sensación. Cada vez es más frecuente ver cómo, en diferentes campos, se normaliza trabajar con “lo que encontramos en la web”; en el caso de las agencias, llegando incluso a que se nos pida entregables usando como fuente un post de Instagram. Parece chiste, pero no lo es. Y esto se traduce en esa pérdida de rigor que traspasa y agudiza el síntoma de pereza intelectual y que empieza a reflejar, de manera cruda, una cultura laboral que, en su carrera por ser rápida, eficiente y exitosa, ha olvidado la importancia de la profundidad.
Y sí, la vida y la tecnología tienen parte de la culpa. Somos híbridos en todo el sentido de la palabra: extensiones de máquinas, de procesos, de aparatos que ya no administramos nosotros, sino todo lo contrario. Con ironía confieso que, mientras escribo estas líneas, espero que un video termine de descargarse. Mi computador va lento, la nube se traba, y eso me genera algo parecido a la ansiedad. Me descubro afanada, pensando por qué se demoran los procesos y dándole refresh una y otra vez, casi como si con eso pudiera acelerar el mundo. Y caigo en la ironía: si algo he aprendido es que no siempre es la tecnología la que se bloquea; los bloqueados, muchas veces, somos nosotros. Y en este punto del año —de la vida, de los negocios— capaz que quienes necesitamos refrescarnos seamos nosotros. Porque la diferencia está en que un computador se reinicia y sigue funcionando igual. Pero ¿y nosotros?
En tiempos donde la inmediatez parece el nuevo dios corporativo, recordar que el criterio está por encima de la velocidad no solo es una máxima profesional, sino una forma de resistencia. Los equipos que logran objetivos no son los que más corren, sino los que piensan para ejecutar y no al revés.
La productividad no se mide en cuántas reuniones tuvimos al día ni en entregas aceleradas hechas con IA, sino en la capacidad de detenernos a analizar, cuestionar y validar lo que se hace y cómo se hace. Porque, cada vez más, lo urgente le roba espacio a lo importante, y el resultado es una industria llena de ruido: de tanto hacer, terminamos no haciendo nada realmente diferencial.
Así que ojalá, cuando estemos tan lentos como un PC desactualizado o que supera su máxima capacidad, no tengamos que reiniciarnos a las malas.
También le puede interesar: Hazlo con miedo, pero hazlo