miércoles, septiembre 10, 2025
Carolina Mejía

¿Y si al final, sacrificamos todo lo mágico de lo que nos hacía humanos: la creatividad, el arte, el pensamiento complejo, la
innovación; en función de una productividad que beneficia solo a unos pocos en el mundo?

Desde hace unos meses, he venido teniendo un poco de crisis existencial con la inteligencia artificial. Siento que la humanidad entera tiene el pie en el acelerador por conquistar cada vez más fronteras que eran exclusivamente humanas en nombre de la eficiencia y la productividad, pero que muy pocas personas se están preocupando de hacia dónde vamos con esto.

Grandes pensadores como Yuval Harari ya se atreven a predecir un futuro en que el ser humano no es la especie “superior”. Esta nueva especie de superinteligencias artificiales –que con tanta efusión estamos gestando, educando y potenciando– será la que dominará la humanidad.

La idea de que hay que aprender de estas tecnologías para no quedarnos atrás o que en el futuro seremos entrenadores de inteligencias artificiales o especialistas en prompts, se queda corta. Pocos expertos –como Geoffrey Hinton– se han sincerado frente a los verdaderos efectos de una inteligencia que se saldrá como ya lo ha hecho– de nuestro control y dejará muy pocos roles para los seres humanos, lo cual provocará un quiebre para la humanidad que no alcanzamos a imaginar.

Los efectos más difíciles de esta creación humana no serán para nuestros hijos o las generaciones entrantes; los veremos en un plazo de 5 a 10 años, porque esta tecnología crece exponencialmente, y los errores o falencias en los que nos escudamos hoy para tener un sentido de control y tranquilidad, desaparecerán en cuestión de tiempo.

Cada vez que pienso hacia adelante, siento una incertidumbre y un temor de ver cómo se materializan todas esas películas y series apocalípticas: con un mundo cada vez más polarizado, con una tecnología que nos alimenta algoritmos y contenidos que socavan nuestro criterio y nuestro pensamiento crítico –en vez de impulsarlos– y en el que cada vez podemos diferenciar menos lo falso de lo verdadero.

Siento que la discusión ya no es si nos montamos en la inteligencia artificial o no.

Es sobre qué nos depara el final de este camino. ¿Y si al final, sacrificamos todo lo mágico de lo que nos hacía humanos: la creatividad, el arte, el pensamiento complejo, la innovación; en función de una productividad que beneficia solo a unos pocos en el mundo? Este dilema ético no se puede evitar por pensar ingenuamente que las tecnologías buscan el bien común.

Tal vez por eso las palabras de Brendon Burchard, coach experto en performance y autor de varios best sellers, siguen retumbando en mi cabeza: te encuentras en el mayor abismo entre la historia y el cambio global tectónico masivo inmediato y completo que nunca ha sido experimentado por los seres humanos o comprendido por cualquier sabio o visionario.

No esperes saberlo. Los fundadores no saben lo que han fundado, y por eso nadie lo sabe. Este intermedio es como este momento minúsculo… Algo conocible sobre hoy… pero algo mareante ya aquí. Ya ves, un paréntesis.

Estamos hoy en ese momento, en ese paréntesis, en esta aparente calma antes de que reviente la ola de lo que será un mundo no dominado por los seres humanos.

Y como lo sugiere Burchard, solo nos queda disfrutar el momento presente. Lo que tenemos ahora. Y tal vez sea importante preguntarnos qué nos queda de nuestra humanidad cuando AGI (Artificial General Intelligence) piensa mejor que nosotros, crea más rápido, más barato, cuando supera al más talentoso en solo segundos.

¿Qué no puede hacer la máquina por nosotros? Para que nos aferremos a eso, hasta el momento en que sí pueda.

 

Artículo publicado en la edición #499 de los meses de agosto y septiembre de 2025.

 

También le puede interesar: Refisal junto a Brinsa cambiará empaques para disminuir uso de plásticos

Miguel Dallos
Leonardo
Camilo Herrera
Fabian ruiz