jueves, noviembre 14, 2024
Carolina Mejía

Hay que decirlo de frente: los cambios son incómodos. Nos incomodan, porque implican que tenemos que hacer cosas que se salen de nuestra rutina y nos obligan a aprender temas que no sabíamos o, incluso, a hacer concesiones y a llegar a puntos medios.

Cambiar implica tener la humildad de reconocer que no sabemos las rutas para estos nuevos caminos y que algunas que sabíamos ya no sirven. Es tener la disposición de aprender de otros e, incluso, de aprender de nosotros mismos en nuevas situaciones.

Los cambios traen personas nuevas. Nos hacen presentarnos una vez más, formar nuevos lazos y ganarnos su respeto. Es reafirmar ante nuevas personas lo que sabemos, nuestra trayectoria, es pasar la prueba que alguien que nos está conociendo nos pone.

Todas estas situaciones son incómodas. El problema es que la gente le huye a lo incómodo. Lo niega, lo confunde con otras emociones, lo bloquea o intenta taparlo con otras situaciones.
Pero lo incómodo no se va por negarlo. Cuando el mundo se aquieta y quedamos solos con nosotros mismos, ahí está de nuevo esta sensación.

¿Cuál debe ser la estrategia para afrontar la incomodidad? Reconocerla, ponerle luz, entenderla y escuchar lo que viene a decirnos de nuestro proceso. ¿La incomodidad nos muestra que estamos haciendo algo que va en contra de nuestros valores o de la vía que queremos seguir? ¿Nos alerta que estamos entrando a una situación nueva, pero algo nos dice que queremos continuar? ¿Nos muestra que hace tiempo que no estábamos expuestos a cambios y hemos perdido la flexibilidad mental para afrontarlos?

La incomodidad nos pone a prueba, porque es una sensación que nadie quiere tener. Pero solo si desciframos lo que esta emoción está tratando de decirnos, vamos a darle el espacio necesario para que pueda transmutarse a una que nos traiga mayor bienestar. La buena noticia es que no es eterna; esa emoción nos sobrecoge mientras entendemos lo que nos está ocurriendo y logramos estar en un lugar mejor.

Yo creo que la incomodidad se siente como cuando un avión atraviesa una turbulencia. Por unos momentos, nos sacude la vida, nos agarramos fuerte de la silla y buscamos un punto focal que nos mantenga centrados hasta que el momento pase. Al parecer, en esa situación no estamos en control, todo se puede venir abajo y nuestro cuerpo entra en estado de alerta; pero si esperamos unos minutos, si estamos rodeados de gente que nos da la mano, nos regala una sonrisa o unas palabras de tranquilidad, solo hay que esperar a que termine.

De esta forma, los invito a abrazar la incomodidad. A reconocerla y a darle un espacio, a ver que es solo un estadio que hay que atravesar para llegar a algo mejor: aunque parezca por un momento que todo está al revés o fuera de control, la realidad es que nuestra mente, nuestros pensamientos y nuestras emociones se están reconfigurando y, en menos de nada, van a estar listas para asumir lo que sigue.

Artículo publicado en la edición #491 de los meses de abril y mayo de 2024.

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Jairo Sojo
Fabian ruiz