viernes, julio 18, 2025
Susan

Imagina crear una campaña sin creer en tu marca. Así funciona el síndrome del impostor: apaga la confianza, sabotea las ideas y nos convierte en creativos que dudan de sí mismos antes de lanzar su mejor propuesta. ¿Cómo liderar, innovar o emocionar, si no creemos en lo que somos capaces de hacer? Esta columna nace desde ese lugar incómodo, pero real, donde he tenido que recordarme que sin confianza interna, no hay idea que brille ni estrategia que conecte.

¿Por qué será que cada vez es más común auto sabotearnos? Al parecer se puso muy de moda el famoso ‘síndrome del impostor’ y estamos limitando la mente y las emociones con estándares creados por nosotros mismos.

Esa acción de “darnos palo” no nos deja ver las cosas como realmente son, por ejemplo, si nos equivocamos en alguna decisión, esto no es nada más que una oportunidad para aprender, soltar, cambiar de camino, respirar, sentir y ver el futuro desde otra perspectiva. Pero, este “síndrome” se convierte en una fuerza que te agacha la cabeza, te apaga las ganas y no te deja disfrutar ni siquiera de las cosas pequeñas que pasan en el día a día.

En estas últimas semanas, estuve pensando ¿cuándo fue la última vez que celebré un pequeño triunfo o que me detuve a oler por varios segundos el rico aroma de mi café especial?. También, ¿cómo puede una persona aprender a identificar cuáles son esos factores que tanto influyen para dejar de sentir agradecimiento y no valorar todo el camino recorrido que ha sido necesario para estar hoy donde está?

Lidero una agencia de marketing. Una agencia que ha crecido, que ha logrado resultados, que ha conquistado marcas increíbles y creado campañas de las que me siento profundamente orgullosa, porque además, tengo la fortuna de contar con un maravilloso equipo de trabajo. Pero, aún así, hay días en los que esa voz interna aparece. Esa que te dice que fue suerte, que quizá exageras al creerte buena, que un error puede desmontar todo lo que construiste.

Ese es el síndrome del impostor. Y no discrimina si estás empezando o si llevas años en esto. Se mete silenciosamente, cuestiona todo, y te empuja a exigirte el doble, pero no desde la ambición sana, sino desde el miedo.

Lo más duro no es solo dudar de ti mismo, sino que cuando esa voz te domina, también se lleva algo muy valioso: tu alma creativa. Esa parte soñadora que imagina sin límites, que propone sin miedo, que ve oportunidades donde otros solo ven riesgos. Esa voz que, al menos en mi caso, es el corazón de mi liderazgo.

He llegado a presentar ideas brillantes con el corazón encogido. He sentido culpa por no trabajar más, incluso cuando ya no tenía energía. Y he sido, muchas veces, más dura conmigo que con cualquier persona de mi equipo de trabajo. El autosabotaje es eso: te hace creer que el error te define, que no puedes fallar, que todo lo que haces es “casi” suficiente, pero no del todo.

Y así se va apagando la luz…

Pero he aprendido que hay otra manera. Que cuando logro callar esa voz, aunque sea por un momento, todo cambia. Que mis mejores ideas nacen cuando me permito fluir, no cuando me esfuerzo por encajar. Que puedo ser estratégica y creativa, exigente y compasiva, líder y humana, todo al mismo tiempo.

Hoy escribo esto porque sé que no soy la única. Porque si tú también sientes que a veces tu mente es una habitación ruidosa llena de dudas, quiero decirte que no estás solo. Y que, aunque el síndrome del impostor no se va del todo, sí podemos dejar de darle el micrófono principal.

Mi invitación es esta: cuidemos nuestra creatividad como lo que es, una llama que nos guía. Dejemos de castigarnos por cada tropiezo y empecemos a celebrar que seguimos aquí, soñando, creando y apostando por ideas que mueven el mundo.

Al final del día, todos —sin importar el cargo, el título o la trayectoria— tenemos momentos en los que dudamos. Pero también tenemos la capacidad de levantarnos, de reinventarnos, de seguir creando o como digo yo: “de levantarnos, limpiarnos las rodillas y continuar”. Porque no se trata solo de alcanzar metas, sino de disfrutar el camino, aprender de los
tropiezos y recordarnos por qué empezamos.

Nunca hay que dejar de soñar, ni dejar de creer en nosotros mismos, y lo más importante, no frustrarnos ante el fracaso. El error no es el fin, es parte del viaje. El miedo no se combate con perfección, sino con amor propio. Y la creatividad no nace del juicio, sino de la libertad.

Así que, donde sea que estés, quien seas, y en el punto del camino en que te encuentres: sigue. Con dudas, con sueños, con cicatrices… pero sigue.

Porque el mundo necesita más personas que crean en lo que hacen, que no se rinden, y que se atreven, a pesar de todo, a seguir soñando.

“El corazón debe rimar con la realidad” Joaquín Sabina.

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