En una era dominada por lo visual, muchas marcas han perfeccionado el arte de vender una experiencia a través de imágenes impactantes y promesas sugestivas. Pero, ¿qué sucede cuando esa experiencia, una vez vivida, no está a la altura? Lo viví de primera mano con una amiga en el Museum of Sex en Miami. Lo que prometía ser una tarde provocadora y transformadora, terminó siendo una de las experiencias más insulsas y decepcionantes que he tenido.
Las redes sociales y la página web del museo nos vendieron una experiencia visualmente provocadora, con luces neón, instalaciones inmersivas y una narrativa seductora sobre la historia del sexo. Sin investigar demasiado (error que reconozco), decidimos entregarnos a la promesa: queríamos salir de allí sintiéndonos libres, desinhibidas y listas para abrazar nuestra versión más atrevida. De hecho, incluso hablamos que íbamos a salir listas para convertirnos en la próxima Esperanza Gómez, empoderadas, informadas y con una nueva visión sobre la sexualidad.
Pero desde que parqueamos hasta que nos fuimos habían pasado apenas 30 minutos. La primera sala era una galería con artefactos y fotos que, aunque históricos, carecían de contexto, profundidad o narrativa relevante. En lugar de una exploración del papel del sexo en la historia de la humanidad, encontramos vitrinas estériles sin datos, sin cifras, sin alma. Una pantalla gigante narraba la historia del sexo con un audio difuso y poco claro. Lo visual no conectaba con el contenido.
Pasamos a una cámara de espejos con videos estimulantes. Buenas fotos, sí. Pero tras cinco minutos, el encanto se desvaneció. Finalmente, llegamos a un área de juegos: un parque temático mal ejecutado con propuestas que no se podían realizar por estar en un espacio público. La app fallaba, los juegos no eran divertidos y lo más emocionante fue una cabina con tenazas para agarrar tetas de plástico y una "corona" de Queen of Sex. El humor fue nuestra salvación.
¿Por qué este desencuentro entre expectativa y realidad es tan relevante? Porque el sexo ha sido una fuerza motriz en la historia humana. La sexualidad tiene más de 200,000 años de historia, y desde entonces ha inspirado arte, literatura y rituales (como los tótems de fertilidad o el Kama Sutra, entre 400 a.C. y 200 d.C.). Más adelante, la Revolución Sexual de los años 60 democratizó el acceso al placer y transformó la cultura de masas: para 1971, el 75 % de los estadounidenses consideraba el sexo prematrimonial aceptable, un salto enorme comparado con décadas previas.
Y no es solo tabú; las investigaciones de Alfred Kinsey mostraron que el 90 % de los hombres había tenido sexo antes del matrimonio y que el 50 % había tenido relaciones extramatrimoniales. Esto revela que la sexualidad ha sido, a través del tiempo, un motor colectivo de cambio social, artístico y político.
El error del Museum of Sex fue claro: apostó por lo visual sin fundamentarlo en contenido, narrativa o interacción, tres pilares que sostienen una experiencia memorable. La ausencia de cifras, contexto histórico y participación activa rompió la promesa emocional; lo que debería haber sido una experiencia que nos hiciera “Esperanza Gómez” se quedó en un simulacro medio vacío.
Salimos, nos tomamos un vino y nos reímos de lo absurdo… pero también nos dejó una lección valiosa: en PR, marketing y reputación, lo visual funciona si tiene sustento. Sin datos, sin narrativa, sin interacción significativa, la promesa se desvanece y lo que queda es decepción.
Porque sí, el sexo es un fenómeno central en nuestra historia y cultura; pero si no se le da el contenido que merece, no es gran cosa. Lo visual puede atraer, pero solo un diseño con propósito convierte una experiencia en inolvidable.
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