Quizá, Milan Kundera pensaba en la trascendencia mientras escribía La insoportable levedad del ser, buscando ese equilibrio entre lo fugaz y la determinación, poniendo al lector a pensar en el debate de vivir ahora o eternamente.
Las creencias mexicanas nos dicen que si nadie nos recuerda, iremos a la tierra de los olvidados. Este es uno de los grandes temores del ser humano, porque nuestra humanidad nos pide ser eternos en algo o alguien. Por eso, la famosa frase de “hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”, que comúnmente se le atribuye al poeta cubano José Martí, nos recuerda esa necesidad de trascendencia que tenemos, de nuestra visión sobre nosotros mismos y de nuestra forma de ser eternos.
¿Por qué queremos seguir existiendo en palabras, personas o cosas? Esta es una de las duras preguntas que debemos hacernos, ya que nos lleva a ver en lo más profundo de nuestros temores, del sentido de la intrascendencia, de ser uno más y de existir, solo si nos ven.
Es un tema duro, incómodo, difícil, cruel, porque sabemos que cada vez es más difícil destacar entre millones de personas y miles de años de humanidad, mientras leemos las obras de generales, políticos, intelectuales, sabios, artistas y deportistas que escriben sus nombres en la historia, a veces, sin quererlo, pasando de buscar 15 minutos de fama, a 15 minutos de anonimato, en un mundo donde todos exponen su vida en las redes sociales y la intimidad desaparece.
Pasamos de tener un hijo, sembrar un árbol y escribir un libro, a tener un gato, postear una flor y hacer un video viral, lo cual demuestra la inmediatez en la que vivimos, la levedad insoportable de un mundo que anda a enorme velocidad, donde no hay tiempo de aburrirse, pensar o descansar.
Ese mismo mundo que ya se preguntó si lo importante no es educar al hijo, hacer crecer al árbol y hacer que lean el libro, porque de nada sirve la idea sin el proceso y el impacto.
Reflexiono desde la melancolía y la nostalgia de esos tiempos cuando las marcas trazaban un camino y no eran solo hojas sobre el hilo del agua del momento; cuando los libros estaban llenos de conceptos y no de dudas; cuando los jingles competían con las canciones del momento, e incluso cuando los carros venían en muchos colores.
El mundo se ha vuelto leve, rápido, inmemorable, casi intrascendente y en la mitad de está levedad, la revista P&M llega titánicamente a la edición 500, como un baluarte de nuestra industria, con la valentía de vencer el tiempo, los cambios tecnológicos, las crisis económicas y financieras, la devaluación, los errores, los triunfos y sobre todo a las nuevas audiencias que leen rápido y piensan menos.
Esta revista es un hijo, fomentó la siembra de miles de árboles y la hemos leído más de 3 generaciones de personas de este mundo, a sabiendas de que nació para gritar lo que pasa, para que el viento les lleve ese susurro a muchos, logrando –sin querer queriendo– ser la custodia de nuestra historia marcaria, de consumo, de mercado, de Publicidad & Mercadeo.
Esta columna hace parte de edición #500 de la revista impresa de P&M.