jueves, marzo 28, 2024
Camilo Herrera

«Cada vez más personas se muestran honestas frente a su verdadera capacidad para poder seguir gastando como hacían antes; la inflación que vivimos ha hecho que la gente se muestre vulnerable”, me decía Luis Carlos Chacón, experto en tendencias y autor de Stop the Trends, libro publicado por Forbes en América Latina, en una de esas conversaciones que comienzan siendo inocentes y terminan siendo grandes reflexiones sobre lo que está pasando.

Lo curioso es que se refería a la vulnerabilidad de las personas en Estados Unidos con las que él trabaja, que son directivos de grandes empresas. Esto nos lleva a pensar que la alta inflación de 2022 podría cambiar el juego más profundamente de lo que pensamos.

¿O no? Los aislamientos de 2020 fueron un golpe muy profundo a los comportamientos y al consumo de miles de millones en el planeta; debido a los confinamientos, el miedo, la pérdida de empleos y los cambios llegaron como tormenta eléctrica.

Sin embargo, en muchos lugares del mundo, la gente tenía tantas ganas de que las cosas fueran como eran antes, como en 2019, que fácilmente volvió a su cotidianidad, con algunos ajustes en sus formas de comprar y consumir.

Lo curioso de esto es que muchas personas veían en 2021, un año en que debían volver a ser como eran antes y no como debían ser en el futuro, como si el futuro realmente fuera volver al pasado. Esto causó que, en muchos casos, no aprendiéramos la lección: somos vulnerables.

En 2022, llega la inflación, como consecuencia de un aumento rápido y exigente de la demanda, con una baja reacción de la capacidad productiva, en un entorno lleno de dinero, que subió los precios como hace mucho tiempo no lo veíamos (40 años para Estados Unidos y 20 años para Colombia) y las personas vuelven a sentir una restricción parecida a la de 2020, con la diferencia de que ahora pueden caminar en la calle sin tapabocas.

¿Cuál es la trampa? Que la inflación nos afecta a todos tanto como los aislamientos, pero nos afecta de maneras y en magnitudes diferentes.

Las personas con bajos ingresos reciben un aumento de precios mucho más alto que las demás y deben decidir qué comida comprar, mientras que las personas con ingresos altos deciden si se endeudan o no para comprar ropa.

Estas diferencias –que no son sutiles– dejan ver nuestro grado de vulnerabilidad ante la cruda realidad de un aumento de precios, en un entorno en que, afortunadamente, los directivos de las empresas –que no viven en carne propia el dolor de muchos desus clientes, porque su salario sigue llegando– están luchando por ayudar todo lo que pueden.

Miles de empresas han subido de precios menos de lo que les han subido los costos, porque comprenden que, si los suben más, pierden mercado, clientes, ventas, empleos y ponen en riesgo las compañías. Saben que están perdiendo dinero y que esta vulnerabilidad llega hasta las oficinas directivas.

Toman decisiones estratégicas de precios, que injustamente muchos compradores no perciben, porque igual se ven afectados. La situación no es fácil y ya se siente en el ambiente esa misma sensación de que las cosas no volverán a ser como antes.

Para muchos, la pandemia pasó y todo volvió a la cotidianidad, pero no se han dado cuenta de que algunas cosas no son como antes. Nos volvimos más vulnerables a los cambios del mercado, aunque creamos que estamos más preparados para manejarlo.

Artículo publicado en la edición #480 de los meses de junio y julio de 2022.

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