Hace unos años, si alguien decía que quería vivir de los videojuegos, las reacciones iban desde la risa incrédula hasta la preocupación familiar. Hoy, en 2025, esas risas quedaron silenciadas por el rugido de una multitud en vivo –y millones más conectados en streaming– que ya se preparan para una ceremonia antes inimaginable: los primeros Juegos Olímpicos de Esports, organizados por el Comité Olímpico Internacional (COI), que se celebrarán en 2027 en Arabia Saudita, con el proceso de clasificación este mismo año.
Sí, es oficial: los videojuegos competitivos no solo llegaron al podio del entretenimiento global. Ahora también tienen medallas olímpicas en su horizonte cercano.
Así las cosas, los Juegos Olímpicos de Esports no serán solo una competencia: serán una validación histórica. Después de tantos años de crecimiento exponencial, patrocinios millonarios, ligas profesionales y audiencias globales que en algunos momentos rivalizan con eventos deportivos tradicionales, el COI decidió que ya no podía ignorar esta realidad: los esports son deporte, y punto.
Con títulos como Rocket League, Dota 2, eFootball, Street Fighter 6 y Fortnite, esta edición inaugural abre las puertas a una nueva generación de atletas. Porque eso son: atletas de reflejos quirúrgicos, mente estratégica y horas (muchas) de entrenamiento diario.
Colombia: ¿preparados para este nuevo podio?
Con este panorama, es momento de mirar hacia dentro. Colombia no ha sido ajena al fenómeno del gaming. De hecho, el país tiene una escena creciente de esports, con torneos como la Liga de Videojuegos Profesional (LVP), y comunidades activas en títulos como League of Legends, Valorant y Free Fire. ¿Será suficiente esto para competir en el escenario olímpico?
En 2024, el mercado de esports en Colombia alcanzó ingresos de aproximadamente 10,2 millones de dólares, con una tasa de crecimiento anual del 14,1% entre 2019 y 2024, según cifras de la consultora Global Data. En 2024, esta industria en el país creció un 17%. Además, eventos como el Superdome 2023 –un festival masivo de esports y entretenimiento digital en Colombia– atrajeron a más de 79.000 espectadores en su punto máximo, mostrando, una vez más, el creciente interés en el país.
Sin embargo, aún estamos lejos de potencias regionales como Brasil o México, y ni hablar de Corea del Sur o China. En términos de ingresos por esports, Colombia aún se encuentra por detrás de estos países. Según datos de Statista, por ejemplo, se proyecta que en 2029 Brasil generará aproximadamente 142,7 millones de dólares en ingresos por esports, mientras que otros países de la región, incluido Colombia, registrarán cifras considerablemente menores.
Y sí, aunque la inclusión olímpica es una oportunidad, también es un llamado urgente a profesionalizar más el sector, invertir en infraestructura digital, formar talento y, sobre todo, romper el estigma de que los videojuegos son solo un ‘pasatiempo sin futuro’.
A nivel global los esports representan un segmento clave, con ingresos proyectados de más de 2.890 millones de dólares para 2025, según estimaciones de la firma DemandSage. Y detrás de esas cifras hay algo mucho más profundo que simples partidas frente a una pantalla.
¿La clave? Entender que los esports no son solo torneos. Son un ecosistema que involucra desarrollo tecnológico, producción audiovisual, creación de contenidos, marketing digital, inteligencia artificial y, claro, un enorme potencial educativo.
Un terreno fértil para las empresas
Lo que está en juego va mucho más allá de los jugadores. La llegada de los esports al escenario olímpico abre muchas oportunidades para las empresas que entiendan el momento. Hablamos de una industria que ya no solo convoca a millones de jóvenes, sino que configura nuevos espacios de consumo, identidad y comunidad.
Empresas tecnológicas y de telecomunicaciones, universidades, bancos, aseguradoras, moda urbana o alimentos: todas pueden encontrar en este ecosistema una forma innovadora de conectar con nuevas audiencias. No en vano, muchas marcas –como Intel, Logitech, Red Bull y Claro– llevan años apostando por el gaming competitivo, no como una moda, sino como una inversión estratégica.
El potencial va desde patrocinios y contenidos, hasta desarrollo de productos, eventos propios y programas educativos o de inclusión digital. Hoy, donde está la atención, está el valor. Y los esports concentran cada vez más tiempo, conversación y lealtad de los públicos más difíciles de alcanzar por medios tradicionales.
Vale la pena mencionar a empresas como Intel, que han entendido que el futuro del deporte –y del entretenimiento– se juega también en placas base, procesadores y entornos inmersivos. Su participación activa en torneos globales, patrocinios estratégicos y desarrollo de hardware optimizado para gaming impulsa la experiencia de juego, y también estimula la innovación en múltiples industrias conectadas al ecosistema digital.
No se trata de subirse a una tendencia, sino de entender que este movimiento ya es parte estructural del futuro digital de los negocios.
Pero para que esas oportunidades realmente florezcan, también es importante proteger las plataformas que hacen posible la competencia profesional en la región.
La reciente cancelación de la Liga Latinoamérica de League of Legends –el camino más cercano que tenía un gamer del continente para llegar a la élite mundial– dejó un vacío profundo en el ecosistema. Pues para muchos jóvenes talentos, esa liga no era solo una meta. Era una estructura, una visibilidad, un sueño con forma concreta. Su ausencia nos obliga a replantear cómo estamos cuidando el desarrollo competitivo desde casa y cuánto apoyo real damos a quienes deciden tomarse esto en serio.
Lo que no se entrena, no compite
En Colombia hace falta más apoyo institucional, porque, aunque el ecosistema avanza, todavía es urgente sumar más respaldo desde el sistema educativo, los gobiernos locales y las entidades deportivas. Mientras países como Corea tienen centros de alto rendimiento para gamers, y China incorporó entrenamiento en videojuegos en programas escolares, aquí aún hay padres que castigan quitando la consola o el celular. Y no es una crítica al poner límites, sino una invitación a mirar más allá, pues tal vez están frenando a un futuro medallista.
Además, los esports tienen el potencial de cerrar brechas sociales. A diferencia de muchos deportes tradicionales, aquí no se necesita un uniforme caro ni una cancha con medidas reglamentarias. Solo se necesita acceso a tecnología y conectividad, algo que aún no es igualitario en todas las regiones del país.
Por eso, si queremos ver a un colombiano alzando una medalla olímpica por su habilidad en FIFA o League of Legends, necesitamos construir las condiciones desde hoy. Con formación, patrocinios, eventos, marcos legales claros y –por qué no– con políticas públicas que reconozcan a los esports como una industria cultural, tecnológica y deportiva.
El debut de los esports en los Juegos Olímpicos no es solo una anécdota curiosa. Es un reflejo de hacia dónde va el mundo: uno donde la tecnología y la creatividad redefinen lo que entendemos por deporte, talento y competencia.
Colombia no puede quedarse fuera de ese juego. Ya no se trata solo de si los videojuegos son deporte o no. La pregunta ahora es: ¿vamos a jugar en serio o vamos a ver desde la banca cómo otros ganan?
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