sábado, julio 12, 2025
Santiago Nieto

Haz el siguiente ejercicio: sal a la calle, mira a tu alrededor y cuenta cuántos autos de colores ves.
No vale blanco.
No vale negro.
Ni gris.

Difícil, ¿verdad?
Y eso que nos han repetido hasta el cansancio que el mundo está lleno de matices, de diversidad, de arcoíris por doquier.
Pero la realidad parece otra: un desfile monocromático donde lo diferente cada vez es más escaso.

Según varios análisis más del 80% de los vehículos nuevos vendidos en el mundo en 2023 fueron blancos, negros, grises o plateados. El blanco, por cierto, no tiene competencia desde hace más de una década. La razón es pragmática: son más baratos de producir, más fáciles de revender y —dicen— menos arriesgados.
En otras palabras, lo que "no falla", “ir a la fija”.

Y lo más preocupante es que esta tendencia ha llegado a otros ámbitos. Lo vemos en la moda, en nuestras decisiones… y en cómo comunicamos.

Hoy, la creatividad, el pensamiento crítico y la autenticidad han sido desplazados por un desfile interminable de plantillas recicladas, frases motivacionales con música genérica y la repetición incansable del meme o tendencia del momento. Todo parece una copia de una copia, envuelta en filtros y likes. Todos montados en el mismo bus. Buscando diferenciarse haciendo lo mismo.

Pero ojo, aquí es donde la comunicación puede (¡y debe!) hacer la diferencia.

Porque comunicar no es simplemente informar. No es repetir. No es llenar la bandeja de entrada con PDFs sin alma. Comunicar es tener voz. Tener propósito. Y, sobre todo, tener el coraje de elegir color cuando todo el mundo va de blanco y negro.

Desde la comunicación interna, externa, estratégica, humana o creativa —da igual la etiqueta—, tenemos la oportunidad de romper con la estética del rebaño.
¿Cómo?

  • Diciendo lo que importa, no lo que decora.
    No más frases tibias ni eufemismos. A veces decir las cosas como son también es una forma de cuidar.
  • Conectando desde lo real, no desde lo “perfecto”.
    La perfección no inspira. Lo humano, sí.
    Y lo humano, a veces, tiene acento, dudas y errores.
  • Dando espacio a nuevas voces.
    Diversidad no es una palabra de moda. Es una práctica. Una forma de enriquecer la conversación.
  • Contando historias propias, no copias de catálogo.
    La autenticidad no se terceriza. Lo que nos hace únicos no sale de un banco de imágenes ni de una frase “aprobada por global”.

Porque al final del día, si todos nos vemos igual, hablamos igual y pensamos igual… ¿de qué sirve tener voz?

Quizás ya es hora de devolverle el color al mundo.
Y si cuesta un poco más, bien vale la inversión.

 

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Miguel Dallos
Leonardo
Camilo Herrera