domingo, octubre 13, 2024
Carolina Mejía

Una de las cosas que más me han sorprendido de la reciente salida del pico de la COVID-19 es el afán de las personas y de las compañías por regresar a la época prepandemia. Qué pesar que después de haber vivido bajo las condiciones más extremas de trabajo en el último año y medio, las organizaciones no aprovechen los cambios logrados y quieran pasar la página, como si nada hubiera ocurrido.

Hace un año, todos los informes de las más prestigiosas firmas de investigación del mundo hablaban de cómo la pandemia venía para quedarse y para alterar la forma en que íbamos a hacer las cosas de aquí en adelante. Hoy, todos los reportes sobre el futuro del trabajo hablan de modelos híbridos; del aumento de la productividad con la reducción de la jornada laboral (como está ocurriendo en Islandia); de la necesidad de nuevas formas de supervisión y seguimiento a los empleados; de espacios de trabajo reconfigurados para atraer y retener talentos.

Sin embargo, en Colombia muchos quieren hacer borrón y cuenta nueva, convencidos de que marcar tarjeta, todos en el mismo espacio, es la mejor forma de hacer las cosas. Ante toda esta situación solo siento pesar. Qué pesar que nos cueste tanto abrazar el cambio para mejorar. Qué pesar que la libertad de los empleados nos asuste, porque no somos capaces de crear otros modelos de supervisión y cobro más relevantes y novedosos; qué pesar que haya tanto miedo a repensar cómo nos relacionamos con los empleados y con los clientes para generar espacios más fructíferos y provechosos y, en cambio, nos empecinemos en que la oficina física es la solución a todos los problemas.

Esta situación nos habla mucho sobre la condición humana y su obstinación para volver a los caminos conocidos, a lo familiar, más allá de si son los caminos más convenientes, relevantes o satisfactorios. Nos muestra por qué en la vida y en los negocios los innovadores son realmente unos pocos, los que se atreven a soportar la incomodidad a cambio de adentrarse en lo desconocido, de iterar y de no tomar el camino fácil del default.

La pandemia ha sido una amalgama de subidas y bajadas, de pérdidas, de volver a empezar, de repensarnos. Pero al final, fue un salto en la conciencia de quienes abrieron su mente lo suficiente para llevarse lo positivo, en medio de lo difícil.

Yo quiero pensar que este año y medio fue un punto de quiebre para mi vida y para mi carrera. Aunque hay momentos de la pandemia que no quisiera vivir de nuevo, soy más fuerte gracias a ellos. Aprendí a trabajar y a dictar clase de otra manera, y no quiero volver desconociendo el costo que esto implicó en mí, en mis compañeros y en mis estudiantes.

Está claro que todos extrañamos muchas cosas de nuestra antigua vida. Que construir una cultura organizacional a la distancia y motivar y enganchar a los empleados desde las casas no es una labor fácil, y que no hemos comprendido del todo cómo hacerlo. Pero sí es evidente que lo que extrañamos como seres humanos no es desplazarnos miles de horas para llegar a un puesto fijo de una oficina. Extrañamos las interacciones significativas, sentirnos conectados entre nosotros, y esa es una necesidad que puede resolverse de formas mucho más creativas.

Qué lástima que la pandemia rompió nuestra industria en mil pedazos, y que la mayoría ansía volver a pegarla como estaba, en vez de inventarla de nuevo.

Artículo publicado en la edición #476 de los meses de octubre y noviembre de 2021.

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