miércoles, abril 24, 2024
Carlos Martinez

Si bien esta columna es de opinión y, normalmente, expresa mis opiniones en temas de estrategia, mercadeo y negocios, creo que no podemos ser ajenos a la situación que está viviendo el país. Por ello, en esta oportunidad, quise buscar ayuda de lectores habituales para generar algo que en el país tanto nos ha costado: el entendimiento profundo de los antecedentes que trajeron a esta empresa sin ánimo de lucro, pero con ánimo de bienestar y progreso social, llamada Colombia hasta esta situación.

La realidad que vivimos

No soy politólogo, sociólogo o economista, por lo que busco comprender el problema desde el ámbito de la sostenibilidad empresarial y el análisis profundo del consumidor y su entorno. Para lograrlo, inicialmente traté de dialogar con personas que están en pro y en contra de lo que está sucediendo, solo para encontrar que realmente no hay dos bandos, a pesar de la intención de dividir al país que algunos han metido; la mayoría de las personas está buscando cómo mejorar sus oportunidades, las de su familia y las de su comunidad.

La realidad que vivimos en nuestros países no es la misma para todos y como algo típico en las organizaciones, en la empresa llamada Colombia nos falta empatía para entender las necesidades de los demás y ponernos en los zapatos de los otros.

Solo entender la realidad del otro y los motivadores de cada uno nos puede llevar a solucionar una crisis sin precedentes, que más allá de la quiebra económica no está llevando a la quiebra emocional y a la desesperanza colectiva.

Es necesario entender que los empresarios del país no son los enemigos ni son la vaca para ordeñar; son el motor que realmente mueve la economía, son los que dan empleo, los que generan innovación, los que traen inversión extranjera, los que desarrollan avances para la humanidad (las empresas encontraron la vacuna contra la COVID-19, no los gobiernos). Los gobiernos no producen plata: viven de los impuestos que nos cobran a los ciudadanos. Pero si no hay empleo y no hay industria, no hay quién genere ingresos para nadie.

Pongámonos en uno de esos miles de zapatos. Ana es una empresaria típica colombiana. Ella montó su taller de confección después de haber sido despedida de su trabajo como contadora en una multinacional que hace cinco años decidió cerrar las operaciones en Colombia y trasladarlas a un país con mejores condiciones tributarias (menos impuestos). Durante cerca de seis meses, Ana buscó una oportunidad que nunca llegó y con los pocos ahorros que tenía, con un préstamo de sus familiares más cercanos y, sobre todo, con el afán de sacar adelante a sus tres hijos, abrió un pequeño local en un barrio popular.

La realidad que vivimos

Inicialmente, contrató una vendedora para que le ayudara mientras ella se encargaba de confeccionar las camisas que vendía en su almacén. Inicialmente, no podía pagarle con todos los requisitos, pues la carga prestacional que implica tener un empleado en Colombia, que ella calcula en más del 50% del costo, es tan alta que no lograría que el negocio fuera rentable. A Ana realmente le preocupan sus empleados, pero físicamente no le alcanza.

Después de muchos años de esfuerzo, ha logrado salir adelante; ya tiene tres locales y ya puede contratar legalmente a sus empleados, aunque realmente no entiende a qué se destina tanta plata de “prestaciones”. Ella confía en el gobierno y paga juiciosamente. A medida que su negocio fue creciendo, vio la necesidad de contratar un abogado laboral, pues la UGPP (Unidad de Gestión Pensional y Parafiscales de la Protección Social) la multó por algún proceso que ella nunca supo que debía implementar, porque nadie se lo dijo.

Ana tampoco entiende por qué a su vecino de local, que vende productos de ‘dudosa reputación’, nunca lo revisan ni la UGPP ni la DIAN, pero a ella sí. Se pregunta entonces si “volverse legal” fue la mejor movida. Finalmente, para no hacer la historia tan larga, a Ana le llega el momento de pagar impuestos y su contador la deja sorprendida cuando le explica que de cada 100 pesos que se ganó, después de tantos esfuerzos, el gobierno se lleva 70 pesos mediante el cobro de impuestos directos e indirectos.

Ana está muy desilusionada, no solo por pagar tantos impuestos, sino por vivir en carne propia cómo el gobierno, en vez de ayudarle a crecer como empresaria, siempre le pone trabas; de ver cómo para poder lograr una licencia de construcción le piden una ‘ayudita’ desde algún ente del Distrito Capital. Ve cómo tiene que contratar seguridad privada para su local, porque el gobierno no es capaz de garantizarla… y en ese momento llegó la gota que derramó la copa.

La realidad que vivimos

Ana ve cómo después de una pandemia que casi la quiebra, porque la gente no podía comprar y ella se estaba quedando sin plata, el Gobierno propone una reforma tributaria, no sin antes subirles el sueldo a los congresistas, comprar aviones y no hacer un notable esfuerzo por reducir la corrupción que atenta contra el país. Ana no aguanta más y sale a protestar…

Durante la manifestación, le sucede lo que a muchos: su local fue asaltado. Le robaron la mayor parte del inventario que tenía, y no pudo vender lo poco que le quedó, porque todo está bloqueado. Adicionalmente, Ana había pedido unas telas del exterior, que hoy están en el puerto de Buenaventura sin poder llegar a su local, por lo que las navieras le están cobrando multas por no desocupar los contenedores. Ana literalmente está en la quiebra y tiene que despedir a sus empleados y las preguntas que, como ella, miles de personas nos hacemos son:
  1. ¿Cómo unas cuantas personas pueden parar las vías del país y matar nuestros sueños y esfuerzos de tantos años?
  2. ¿Qué y quién gana al quebrar a los pequeños, medianos y grandes empresarios del país?
  3. ¿Por qué el Gobierno no entendió la situación tan angustiosa que vivíamos tantas personas e impulsó una reforma que no era urgente? Y si era tan urgente, ¿por qué después se arrepintió?
  4. ¿Realmente, las personas que están protestando por un país mejor son las mismas que están bloqueando las vías, o estamos atrapados entre intereses más allá del bienestar de las personas?
  5. ¿Qué tiene que pasar para que los bloqueos se detengan y aunque las protestas continúen, las empresas puedan seguir operando, llevando comida a la casa y contratando a miles de empleados?
  6. ¿Por qué el Gobierno antes de imponer más tributos no cumplió su promesa de campaña y atacó la corrupción y la mermelada?

Ana, como muchos de nosotros, no es experta en la materia; sin embargo, entender el sentir de los colombianos de a pie, la realidad de las personas y los motivadores de cada uno nos puede llevar a solucionar una crisis sin precedentes, una crisis que más allá de la quiebra económica nos está llevando a la quiebra emocional y a la desesperanza colectiva.

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