sábado, junio 28, 2025
Laura

Hace unos días, Andrés Forero, representante a la Cámara por Bogotá, en un discurso decía: “Las palabras tienen consecuencias e invocan acciones.” En un contexto como el que vivimos hoy en Colombia —cargado de tensiones, incertidumbre y dolor— esta afirmación cobra una dimensión aún más profunda.

Porque sí, TODO comunica. No solo lo que decimos de manera explícita, sino también nuestros silencios, gestos, decisiones, omisiones y posturas. Y lo que comunicamos no se queda en palabras: genera reacciones, moviliza emociones, produce consecuencias.

En momentos complejos, como los que atraviesa el país, esta idea debería ocupar un lugar central en nuestras reflexiones. No se trata de una conversación exclusivamente política. Se trata de entender que la comunicación, en cualquiera de sus formas, tiene el poder de transformar realidades. Un mensaje puede ser el inicio de un diálogo… o el origen de una crisis. Una palabra puede inspirar esperanza… o detonar violencia.

Fabián Motta, director de SmartPR, también compartió recientemente una reflexión en esta misma línea:

Las palabras no son inocentes. Tienen peso, tienen memoria… y hoy, más que nunca, tienen poder para unir o destruir

En su voz, la de un experto y una persona que admiro profundamente, esta afirmación nos recuerda que no hay espacio neutral cuando hablamos. Cada palabra, cada declaración pública, cada contenido en redes sociales deja huella. Y esa huella no siempre es visible de inmediato, pero sí tiene un impacto profundo en las emociones, creencias y comportamientos de las personas.

Desde la comunicación corporativa, el marketing, los medios, el liderazgo empresarial o político, todos tenemos una responsabilidad. No basta con decir que no era la intención. En comunicación, la intención no siempre define el resultado. Lo que importa es el efecto. Y para entenderlo, hay que aprender a escuchar, a leer el contexto, a anticipar el impacto, a hacerse cargo del mensaje completo —no solo del que se quiso emitir.

No es un llamado a la autocensura, ni a la superficialidad del lenguaje políticamente correcto. Es un llamado a la conciencia. A pensar antes de hablar, a dimensionar el alcance de nuestras palabras, a preguntarnos si lo que decimos está sumando a la conversación o simplemente alimentando la confrontación.

En Colombia sabemos, por experiencia, que el lenguaje puede ser un arma. Hemos visto cómo los discursos cargados de odio, estigmatización o exclusión han legitimado violencias. Pero también hemos visto cómo, en los momentos más difíciles, una voz empática, una palabra oportuna, un mensaje valiente han sido capaces de tender puentes, calmar ánimos y abrir caminos.

Por eso, hoy más que nunca, vale la pena hacer una pausa y preguntarnos: ¿cómo estamos comunicando? ¿Qué impacto tienen nuestras palabras? ¿Qué consecuencias pueden generar nuestros mensajes, incluso cuando no lo pretendemos? ¿Estamos usando la palabra para construir o para dividir?

Desde las marcas, esta reflexión también es urgente. No solo se trata de vender productos o servicios, sino de generar vínculos de confianza, de representar valores, de actuar con coherencia. En la era de la transparencia radical, todo comunica: lo que se dice en una campaña, lo que se publica en redes, pero también lo que se hace puertas adentro. La reputación hoy se construye con hechos, pero se sostiene con palabras bien pensadas y emocionalmente inteligentes.

Lo mismo aplica para líderes, influenciadores, ciudadanos. En un mundo hiperconectado, donde cualquier frase puede hacerse viral en segundos, el cuidado en el lenguaje es una forma de responsabilidad social. No todo vale. No todo es anecdótico. La palabra, como decía Fabián, tiene memoria. Y también tiene consecuencias.

Hoy, más que nunca, necesitamos una comunicación que esté al servicio de la empatía, del respeto y de la construcción colectiva. Una comunicación que no niegue las diferencias, pero que no se alimente de ellas para generar enfrentamientos. Una comunicación que entienda que cada mensaje puede marcar la diferencia entre una sociedad más dividida o una más humana.

Porque sí, todo comunica. Y lo que comunicamos, genera acciones.

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