viernes, junio 06, 2025
AnaM

Hubo una época en que la idea de adaptar un videojuego al cine o la televisión era poco menos que un deporte de riesgo: fracasos resonantes que van de Super Mario Bros. (1993) a Lara Croft: Tomb Raider (2001) o Assassin’s Creed (2016).

Hoy las cosas han cambiado y los videojuegos no son simplemente un pasatiempo de algunos, sino una fuerza cultural importante que remodela la forma en que se cuentan las historias y que ha entrado con fuerza en el cine, la televisión y la música, en una evolución que refleja no solo el creciente poder comercial de la industria del juego, sino también su creciente legitimidad artística.

Una magnífica ilustración de esta transformación es el fenómeno de Arcane, la serie animada de Netflix basada en League of Legends, de Riot Games. En su momento, Empire dijo sobre ella: “La narración es tan sutil como el golpe de un guante mágico en la cabeza, pero, paradójicamente, eso es parte del encanto maximalista de esta adaptación: un espectáculo que todavía se siente capaz de ser cualquier cosa en cualquier momento”.

No se trata de un caso aislado. En todo el panorama del entretenimiento se han multiplicado los ejemplos de cómo las historias de los videojuegos pueden migrar a otras plataformas, después de todo, no solo con efectividad sino con virtuosismo.

The Last of Us, originalmente un título de PlayStation, ha tenido un éxito extraordinario como una serie de HBO aclamada por la crítica, ganando elogios por su narrativa madura y profundidad emocional. Amazon logró pegar con su serie de Fallout y con esa obra maestra animada que es Secret Level. Por el camino se anuncian proyectos en el mundo de Legend of Zelda y God of War.

En el ámbito de la música, las asociaciones entre artistas y desarrolladores de juegos son cada vez más sofisticadas. Desde conciertos en el juego con artistas como Travis Scott y Ariana Grande en Fortnite hasta canciones originales hechas a medida para títulos como Cyberpunk 2077, la sinergia entre los juegos y la música está redefiniendo ambas industrias.

Hoy no es extraño hallar actuaciones musicales en vivo, incluso conciertos de orquestas sinfónicas, con música de videojuegos. También existe una conexión entre los videojuegos y las bandas sonoras de películas, ya que algunos compositores de videojuegos trabajan a menudo en bandas sonoras de películas.

Lo que diferencia los esfuerzos de hoy de los torpes intentos de películas de videojuegos de décadas anteriores es un profundo respeto por el potencial narrativo del medio. Los desarrolladores ya no son vistos como creadores de entretenimiento desechable: se les considera constructores de mundos, arquitectos narrativos cuyas obras exigen una seriedad artística similar a la del cine o la literatura tradicionales.

Más que solo fandom

Muchos dirán que se trata, simplemente, de la explotación de bases masivas de fandom en medios diferentes, pero esa es una tesis fácil de desarmar. Por un lado, el éxito no es automático y por cada Minecraft (2025) y Sonic the Hedgehog (2020) hay, al menos un Borderlands (2024) o una Halo (2022).

Pero, por el otro, no es posible desconocer que Arcane no tuvo éxito únicamente debido a la base global de fans de su material original, sino que se erigió como una pieza notable de narración por sus propios méritos.

Con una animación impresionante, personajes complejos y una banda sonora de géneros liderada por Imagine Dragons, Arcane estableció un nuevo estándar para las adaptaciones, que no solo capitalizó la popularidad de un juego, sino que profundizó en su lore a través de nuevos medios.

Esta polinización cruzada ofrece ventajas únicas. Las narrativas de los videojuegos, por su naturaleza, son inmersivas, no lineales y, a menudo, expansivas, rasgos que se traducen en adaptaciones ricas y en capas cuando se manejan con cuidado. Incluso personajes aparentemente menores, como pasó con Bill y Frank en The Last of Us, pueden ser aprovechados para contar historias poderosas, a la vez nuevas y perfectamente compatibles con el mundo que habitan.

Sonidos que conectan

Mientras tanto, los músicos encuentran en los videojuegos una plataforma vibrante y comprometida que trasciende los ciclos de álbumes tradicionales o las giras de conciertos, llegando a audiencias globales de una manera profundamente interactiva.

Es un fenómeno que se puede rastrear hasta el siglo pasado, pero que ha evolucionado para convertirse en un boom: De títulos clásicos como Tony Hawk's Pro Skater y Grand Theft Auto a megaéxitos como FIFA, las franquicias de hoy apuestan a ser conocidas tanto por sus bandas sonoras como por su jugabilidad. Para millones de personas, los videojuegos han sido una forma de descubrir nuevas bandas o temas, o de sumergirse en géneros musicales anteriormente poco familiares. Los videojuegos son hoy por hoy una parte esencial de los planes de marketing de músicos y managers.

Es importante destacar que esta convergencia también refleja cambios más amplios en el comportamiento de la audiencia. Los millennials y la generación Z, que ahora son los grupos demográficos de consumidores dominantes, crecieron con los videojuegos como una forma normativa de narración de historias.

Surge así un tipo de audiencia que no distingue entre la legitimidad de una novela, una película, una serie de streaming o un juego. Para ellos, se trata simplemente de diferentes vectores de experiencia narrativa, cada uno con sus propias fortalezas y posibilidades.

Sin embargo, el camino por delante no está exento de riesgos. No todos los juegos son adecuados para la adaptación cinematográfica o televisiva, y no todos los músicos pueden integrarse sin problemas en la cultura de los videojuegos. Los pasos en falso, ya sean adaptaciones superficiales o cínicos vínculos de marketing, aún son posibles. La autenticidad sigue siendo la moneda del éxito; el público puede detectar rápidamente cuándo una adaptación sirve al comercio por encima de la creatividad.

Aun así, el impulso es innegable. En un entorno de entretenimiento saturado de reinicios y secuelas, los videojuegos ofrecen algo precioso: nuevos mundos, nuevos mitos y nuevos viajes emocionales que aún no se han contado en todos los medios. Para cineastas, músicos y público por igual, este ecosistema en expansión representa no solo una oportunidad de negocio, sino un renacimiento creativo.

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