Todos nacemos con un talento. Algunos lo descubren desde temprano; otros, lo encuentran después de una serie de intentos fallidos, decisiones erradas y en mi caso particular, un huevo de cerámica que terminó siendo un desastre visual, pero una poderosa metáfora de vida.
Durante años, pensé que había tomado el camino correcto al estudiar diseño de modas. Sin embargo, lo que parecía una elección coherente con mi personalidad creativa terminó revelando una gran verdad: no tenía las habilidades manuales ni la motricidad fina necesarias para desarrollarme en ese campo. A pesar del esfuerzo, los años de estudio y la experiencia práctica, nunca logré destacarme en lo técnico. Pero sí entendí algo esencial: lo mío no era crear con las manos, sino con las palabras y las ideas.
Hace poco asistí al lanzamiento de la renovación de marca de Luisa Postres, donde parte de la experiencia era pintar un huevo de cerámica. Lo que debía ser una actividad lúdica, se convirtió en una pequeña crisis personal: errores acumulados, manchas imposibles de ocultar y un resultado que, objetivamente, era feo. Sin embargo, fue a partir de ese “fracaso manual” que surgió una historia. No la mejor pintura, pero sí una narrativa poderosa. Una que hablaba de luz, de errores, de dudas, de intentos por ocultar imperfecciones, y de volver al corazón como punto de partida.
Este episodio me llevó a una reflexión más amplia sobre el verdadero valor del talento y la importancia de contar historias auténticas. En el mundo del marketing y las relaciones públicas, seguimos viendo marcas obsesionadas con la perfección estética, el control de los mensajes y la imagen sin grietas. Pero el mercado y los consumidores están pidiendo otra cosa.
Según el estudio de Edelman Trust Barometer, el 63% de los consumidores eligen, recomiendan o boicotean una marca basándose en sus valores y acciones. Y un informe de Sprout Social (2022) reveló que el 70% de los consumidores sienten más conexión con marcas que comparten historias personales o reales, incluso cuando incluyen errores o fracasos. La autenticidad se ha convertido en un activo reputacional, no en una debilidad.
Lo mismo aplica al talento individual. La psicología organizacional ha demostrado que el éxito profesional está menos relacionado con “hacer todo bien” y más con desarrollar aquello que nos hace únicos. Un estudio de Gallup reveló que las personas que trabajan desde sus fortalezas son un 8% más productivas y seis veces más comprometidas que quienes intentan compensar constantemente sus debilidades. En otras palabras: tu talento no siempre coincide con tu título universitario, pero sí con lo que te apasiona, lo que te sale natural, lo que puedes compartir con los demás y transformar en valor.
En mi caso, entendí que no nací para coser, ni para pintar huevos (claramente), sino para conectar y contar historias que muevan, que posicionen y que inspiren. Y eso es lo que hago con las marcas: ayudarlas a encontrar su centro, su relato más honesto, incluso si está manchado o es imperfecto. Porque ahí es donde reside la conexión real.
El mercado actual no necesita marcas perfectas; necesita marcas humanas. Y para eso, primero hay que aceptar que los errores no son enemigos del posicionamiento, sino parte de la narrativa. Así como mi huevo fue un desastre estético pero una lección emocional, las marcas también pueden abrazar sus imperfecciones para construir confianza, cercanía y reputación con propósito.
Todos nacemos con un talento, pero no siempre lo descubrimos en línea recta. A veces hay que pasar por carreras equivocadas, decisiones mal tomadas, o huevos mal pintados para finalmente entender qué vinimos a aportar al mundo.
También le puede interesar: Según el informe de Colombia Tech Report, el país alcanza las 2.126 startups activas