martes, septiembre 16, 2025

La esencia del Cordillera

Así se vivió la sostenibilidad durante dos días en el Festival Cordillera

Cordillera 2025 probó que un festival puede ser mucho más que música: un engranaje donde la sostenibilidad ambiental, social y económica marca el ritmo de cada decisión.

El Festival Cordillera 2025 no se limitó a ofrecer un cartel vibrante de artistas latinoamericanos. Durante dos días en el Parque Simón Bolívar, Bogotá fue testigo de un experimento cultural en el que la música se combinó con prácticas ambientales y sociales que convirtieron al evento en un referente regional de sostenibilidad.

La experiencia comenzó incluso antes de que los asistentes ingresaran al parque. Desde el montaje, el festival operó con criterios ecoeficientes: centros de acopio distribuidos estratégicamente, baños secos para reducir el consumo de agua y una red de más de 150 puntos ecológicos para garantizar la correcta separación de residuos. El objetivo estaba definido desde el primer día: alcanzar la meta de residuo cero al relleno sanitario.

Adicionalmente, La medición y compensación de la huella de carbono fue otro de los pilares de Cordillera 2025. Desde la planeación hasta el desmontaje, cada proceso fue auditado para calcular las emisiones generadas, incluidas las derivadas del transporte de asistentes y los vuelos internacionales de los artistas. Con el respaldo de The Community Forest, el festival adquirió bonos certificados que garantizaron la neutralidad de carbono y extendieron su impacto positivo hacia proyectos de conservación en el Amazonas y el Caquetá. Incluso la llegada de los artistas estuvo contemplada en este modelo: todos sus trayectos fueron compensados en alianza con LATAM Airlines, cerrando así un ciclo que posiciona al evento como referente en sostenibilidad integral en la región.

El corazón pedagógico estuvo en la Aldea Verde, un espacio que demostró que la educación ambiental puede ser también entretenimiento y cultura. Allí, marcas y organizaciones articularon experiencias concretas: Cazadores de Mitos de Diageo derribó prejuicios sobre sostenibilidad y consumo responsable; Coca-Cola lideró el programa Recicla y Siembra; Maravillas de Colombia de Parques Nacionales Naturales acercó al público a la riqueza ecológica del país; WWF Colombia presentó Maquíllate de piel animal, una invitación a reflexionar sobre la protección de especies; el IDPYBA y la Alcaldía de Bogotá habilitaron un punto de cuidado animal; la Fundación Parque Jaime Duque mostró la experiencia “Conoce a Rafiki”; la Fundación Sintiendo Huellas promovió el cuidado de especies con Adopta tu mejor amigo; y la Fundación Grupo Argos, a través de Caficultores de Colombia, llevó a los asistentes a reconocer la conexión entre agricultura, territorio y sostenibilidad.

Estas propuestas convivieron con actividades que ampliaron la mirada sobre la sostenibilidad como fenómeno cultural. El turismo tuvo un lugar con Byfield, el mayor influenciador de viajes del país, quien conversó sobre turismo sostenible. La música se enlazó con activismo en el Control DJ set de Héctor Buitrago. Latam presentó Un viaje por la cordillera con Pasaporte Latam, mientras que Klik Energy invitó a los asistentes a recargarse. También se sumaron dinámicas sensoriales como Planos sonoros, texturas percutivas, la Eco-Bot como máquina recicladora interactiva y el espacio de gestión circular de la ANDI.

En paralelo, el festival desplegó un ejército de 700 trabajadores entre recicladores de oficio, ecoguardianes, bicicargueros y motocargueros. Gracias a su labor, los residuos que normalmente terminarían en Doña Juana fueron transformados en compost, biodiésel y combustibles alternativos para la industria cementera. La basura no salió del parque; se convirtió en insumo para un ciclo productivo distinto.

La dimensión social de esta estrategia merece un capítulo propio. Varias de las personas que acompañaron a los asistentes en los puntos de separación eran mujeres pospenadas vinculadas al programa Libertad-es de la Corporación Pazósfera. Su participación evidenció cómo la sostenibilidad puede ser también una herramienta de inclusión y reintegración laboral, creando oportunidades reales para comunidades históricamente marginadas.

Cuidar a quienes cuidan fue un principio central. Coca-Cola habilitó sistemas de hidratación y alimentación para recicladores y ecoguardianes, mientras que el festival destinó zonas de descanso para que estos equipos recuperaran energías durante largas jornadas. La sostenibilidad, entendida de manera integral, incluyó el bienestar de quienes hicieron posible la operación.

La innovación energética también se hizo presente. El Drop Coke Studio™ se alimentó con 48 paneles solares y un sistema de almacenamiento que garantizó más de 180 horas de música limpia. A ello se sumó la reducción en el uso de diésel, la instalación de baños secos que ahorraron más de 5.000 litros de agua y la eliminación de plásticos de un solo uso en toda la operación.

El compromiso se extendió a la protección del entorno natural inmediato. Junto al IDRD, la Secretaría de Ambiente y la Fundación Aves SOS, se realizaron veedurías ambientales que identificaron nidos activos de aves en el parque. Se ajustó la iluminación y se redujeron decibeles en algunos horarios para minimizar el impacto acústico. Un festival que respeta a la fauna urbana mostró que la música puede coexistir con el ecosistema.

Los resultados fueron concretos: más de 30 toneladas de material reciclado, cerca de 8 toneladas de residuos orgánicos transformados en compost y casi 70 toneladas de material ordinario convertidas en combustible derivado de residuos. Más que cifras, estos logros reflejaron un modelo de economía circular aplicado a gran escala en un evento masivo.

El efecto multiplicador llegó también en forma de restauración. Como consecuencia de las acciones desarrolladas en el parque, el 20 de septiembre se programó una jornada de siembra en el Parque Jaime Duque. Allí se plantarán 3.000 árboles adicionales, que se suman a los más de 80.000 que el festival ha sembrado en la región andina desde su creación. La música dejó raíces literales en el territorio.

Las marcas participantes entendieron que la coherencia es hoy una condición ineludible. Activaciones de empresas como Latam, Coca-Cola y Gatorade, y Diageo fueron certificadas con el sello internacional B Greenly, que avala prácticas sostenibles en eventos bajo parámetros ambientales, sociales y económicos. En Cordillera, el propósito dejó de ser discurso publicitario para convertirse en filtro de legitimidad.

La sostenibilidad se vivió en cada detalle. Los vasos reutilizables fabricados con residuos de ediciones anteriores, los manuales de buenas prácticas exigidos a proveedores y restaurantes, y la oferta gastronómica con opciones vegetarianas reforzaron un mensaje consistente: la experiencia del festival debía ser coherente de principio a fin.

En términos económicos, la fórmula funcionó. Más de 82.000 asistentes generaron una derrama de 20 millones de dólares, se crearon 55.000 empleos entre directos e indirectos y 80 emprendimientos participaron en el Mercadito. La sostenibilidad no fue un obstáculo para el crecimiento; fue el marco que permitió conjugar impacto ambiental positivo con dinamismo empresarial.

Al final de los dos días, el Parque Simón Bolívar no se sintió devastado por la magnitud del evento. Lo que quedó fue una sensación de equilibrio: miles de personas disfrutaron de conciertos inolvidables sin que el espacio público pagara la cuenta ambiental. Esa es la verdadera transformación que propone Cordillera.

El festival demostró que es posible hacer de la sostenibilidad un eje transversal: pedagógico, social, energético, económico y cultural. En un momento en que los consumidores exigen coherencia, las marcas reclaman diferenciación y la sociedad pide responsabilidad, Cordillera ofreció un modelo que trasciende la música. La enseñanza es clara: un proyecto o compañía que no se piensa sostenible desde su origen nace desfasado.

LEE EL ESPCIAL COMPLETO AQUÍ